Disculpen la insistencia…
No importa lo que pase en fin de cuentas; el pueblo cubano se ha regalado a sí mismo la jornada más decente de los últimos sesenta años (y probablemente más). Y no fueron necesarios ni las arengas de políticos o de “influencers” ni los “grants” de organizaciones y gobiernos ni las movilizaciones coordinadas por las redes.
Como casi siempre pasa, fue la espontaneidad gatillada por la necesidad extrema y por la desesperación la que comenzó a girar la rueda de la historia. Y no bastaron el hambre o la miseria o la tan sobrevalorada crónica falta de libertades (la especie humana es colectivista “per se”) para que se gatillaran las protestas.
El elemento principal que terminó por redondear la ecuación fue el sentimiento más primario: el temor irracional (o racional) a la muerte. Ojalá, en todo caso, que el estado de cosas no halla sido prefabricado desde hace mucho.
Resulta prácticamente inconcebible que la tiranía de los castros haya empujado a todos hasta la desesperanza más extrema, coartando cualquier vía “de escape” y de sobrevivencia, justo tiempo después de haber designado a un payasón imbécil como jefe de gobierno.
¿Simple casualidad o una salida para evitar consecuencias venideras? Ya lo averiguaremos en el futuro, si es que termina al fin pasando lo que todos esperamos
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