Vivo en un barrio nuevo. Alrededor de mi casa, tres piscinas a medio terminar desde hace ya un par de meses. No hay materiales, dicen. Para colmo tengo que cambiar de auto muy pronto, pues se me vence el lease. Los dealers están semivacíos. Tengo a un muy buen amigo pagando mes a mes su antiguo carro porque no aparece el modelo que quiere. Está deficitario en el mercado!! El valor de los efficiencies en Miami supera los mil dólares mensuales, hay listas de espera para pujar por casas viejas que se venden, la gasolina ha escalado ampliamente por encima de la barrera de los tres dolares el galón lo que ha disparado los precios de las carnes y otros bienes de consumo… Ayer alcancé la cifra de 70 pacientes completamente vacunados positivos por Covid, de los cuales la friolera de 13 fueron hospitalizados con neumonías (todos obesos, por cierto, pero no puedo decirlo en voz muy alta pues pueden acusarme de gordofobia)… Todo esto y mucho más tan solo nueve meses después del golpe-fraude y siete de la ascensión del pseudo presidente. A ello sumen mandatos obligatorios de vacunaciones sin sentido, estricto control sobre grupos poblacionales, politiquería rancia, ejércitos desmoralizados, generales partidistas… USA boquea frente a todos, pero casi nadie se percata…
1409

“Black Phillip, Black Phillip, a crown grows out his head. Black Phillip, Black Phillip, to nanny queen is wed. Jump to the fence post. Running in the stall. Black Phillip, Black Phillip, king of all”.
Bastó “The Witch” (2015) para que Robert Eggers se nos revelara como un genio incomprendido y loco que venía a sacudir el rutinario mundo en que vivimos. Y así fue, porque su magistral “The Lighthouse” lo corroboró con creces. Y es que como les he dicho alguna vez, Eggers es sobre todo un esteta. “The Witch”, su ópera prima, es una historia amarga, que se adentra en el recóndito pasado de la nación americana, atribulada de dolor y de pastores, donde la religión, con todo el misterio inmenso que conlleva tal cosa, pendía como una pesadísima aldaba encima del alma moral de todos.
Una familia de pioneros se abre camino entre el salvajismo del pretérito oscuro, asidos a la fe de las viejas escrituras y al fervor por sobrevivir a cómo de lugar. ¡Y de que espléndida manera lo cuenta Eggers! Sus actores son formidables y su historia, rala, seca, espantosamente cruel.
(El propio Egger, por cierto, Ari Sister, Luca Guadanigno… pertenecen a una especie de nueva ola del cine de horror, donde no solo basta el miedo por el miedo, sino que adentrarse en las raíces más insondables del misterio de la propia existencia parece ser el trofeo mayor, el magnífico Dorado creativo).
Como les decía, esta familia de pioneros termina por asentarse en los contornos de un bosque tan oscuro como la conciencia podrida de los hombres, para dar de comer a sus numerosos hijos. Pero la cena está servida en otra parte… Es tanta la profundidad de Eggers, es tanto su perfeccionismo, manifestados entre trazos simples, silencios aterradores, lenguas antiguas que farfullan los colonos, y en ese ocre gélido y espantoso de la América de los pilgrims, que terminada la pieza no podremos apartarla de nosotros; la sostendremos para siempre, sin remilgos, como las brujas descarnadas su aliento al elevarse por los aires.
1408
Es curioso, por decir lo menos! Cubiches exiliados en Europa, socialistas por formación y convicción, apelando al concepto del excepcionalismo norteamericano como explicación de por qué todo anda bien por estos lares y de cómo aquel que se atreva a advertir sobre el fantasma del comunitarismo en USA no es más que un conspiracionista deschavado. Sí, claro, son los mismos que apuestan por el Apocalipsis a causa del Covid y del calentamiento global…Lo dicho, vivimos el preludio del fin de las ideologías tradicionales, que no les quepan dudas.
1407

Tim Hunter nunca fue un gran realizador, a pesar de haber sido el primero en dirigir una adaptación de las novelas de S. E. Hutton, “Tex”, en 1982, antes de que el propio Francis Ford Coppola estrenara un año después las míticas “The Outsiders” y “Rumble Fish”. Pues bien, Hunter insistió en el gran tema de los jóvenes rebeldes (aquella secuela estética y filosófica de la cinematografía de los cincuenta vinculada a la aparición de la generación del Actor’s Studio) con su River Edge (1986), una pieza que a pesar de que en su momento adquirió cierta relevancia por el tratamiento oscuro de la psicología humana, hoy en día no es más que un filme desfasado y mediocre, debido en buena medida al pésimo guión escrito por Neal Jimenez y a las terribles actuaciones de Crispin Glober (de lo peor que he visto en toda mi vida) y un muy joven y deslavado Keanu Reeves.
Hunter sobreviviría luego como un muy decente realizador de televisión que dirigiría en grandísimas series como “Homicide: Life on the Streets”, “Deadwood” y “Breaking Bad” (logrando entre medio concretar un sólido filme escrito por Lyle Kessler, “The Saint of Fort Washington”), pero el fantasma de la mediocre River Edge, a pesar de ser el debut de Ione Skye (luego constituida en un ícono del cine juvenil de los 80 con aquella “Say Anything”) lo perseguiría por siempre, recordándole continuamente que los Coppola sólo nacen una vez de tanto en tanto.
1406
No hay discurso político ni estamento ideológico ni protesta pacífica ni recaudación de plata ni promesa social alguna que cambie el curso de esta nueva era. El buenismo de Gandhi fue un cáncer malsano que se expandió hasta lo inconmensurable.
El mito de las democracias funcionales está muerto y enterrado desde noviembre pasado. Sólo la violencia social podría generar expectativas, pero una sociedad feminizada al extremo de caer abatida impunemente ante la propaganda senil de un virus aterrador y mortal que mata a menos del 2 % de los contagiados, deja en claro que aquellas gestas heroicas de los hombres frente a los imponderables más oscuros, son cosa del pasado.
1405
El gobernador De Santis reforzó hace unas semanas la no obligatoriedad del uso de máscaras en las escuelas, pero los grandes distritos escolares del sur de la Florida hicieron caso omiso e institucionalizaron la regla: las máscaras son forzosas. Un padre se negó a que su hija se la pusiera… y fue arrestado por las autoridades! Los gobiernos e instituciones comienzan a regir de manera absoluta sobre nuestras vidas. Siguen ustedes sin verlo, acaso? La patria protestad añeja del estalinismo hecha carne y vísceras y nervios… Ah, y sí, los militares están obligados a vacunarse, de lo contrario pierden sus trabajos.
Señores, les han robado la nación frente a sus narices! La historia jamás había conocido enemigo tan formidable para las libertades! La nueva USA no es más que un reflejo del nuevo occidente. En paz descanse!
1404
Se comenta que Australia ya es oficialmente orweliana…
1403
Del internacionalismo proletario al internacionalismo biotecnológico…
1402
El gran mérito de González Iñárritu en The Revenant, consiste en mantener y acrecentar la tensión por medio de una cámara subjetiva que se arrastra, como reptil, cuasi a ras del suelo. Eso, y las largas secuencias montadas en escasos planos, le dan el tono a una cinta que quiere ser brutal y seca y escabrosa, y que a ratos lo logra. The Revenant no es más que la historia de una venganza, simple, lineal, sin ardides ni hojarascas. Y es esa misma simpleza la que la despoja de lecturas complejas sobre la existencia misma. Personajes vacuos y superficiales, conflictos burdos e imprecisos, ayudan a desdibujar la historia. Esta vez, hay que concedérselo a Iñárritu, el pragmatismo se impone.
1401

The Missouri Breaks (1976) es una pieza imprescindible en el catálogo de cualquier cinéfilo, por varias razones. La primera de ellas porque Jack Nicholson y Marlon Brando comparten protagónicos en la plenitud de sus carreras; la segunda por la presencia de excelsos secundarios como Harry Dean Stanton, Frederic Forrest y un muy joven Randy Quaid; la tercera porque la pieza fue dirigida por Arthur Penn ya entrando en el ocaso de su talento, tras aquellas memorables Bonnie and Clyde y Little Big Man; y la cuarta porque la química lograda entre la entonces debutante Kathleen Lloyd y el propio Nicholson es prácticamente insuperable.
La historia es simpática y está bien narrada, los personajes son disfrutables y reales, la hechura técnica es de primera línea y, sobre todo, las pretensiones de trascendencia de Penn y compañía no traspasan los límites de la decencia y la comprensible modestia. Ello de por sí convierten a esta pieza en una especie de gema subvalorada y oculta que a la razón de estos tiempos se agiganta y se convierte en una bofetada en el rostro de la mediocridad y la autocomplacencia. ¡Ah, Marlon que estás en los cielos! ¡Ah, Jack soberbio de los mil demonios!
1400
Acabo de ver una entrevista que le hizo Ian Padrón a Eduardo Del Llano donde este último se declara un hombre de izquierdas que cree en el mejoramiento del socialismo cubano y en la utopía revolucionaria, y termina comparándose a Michael Moore, en el sentido artístico-crítico del término, al decir que Moore hace en los Estados Unidos lo que él intenta hacer en Cuba: reprender al sistema para propiciar su mejoramiento. Ah, el tipo lo dice desde Valladolid, España.
1399
He visto «Val» y no he podido más que conmoverme. Es muy triste, y al mismo tiempo luminoso, ser testigos del decursar la existencia de Val Kilmer desde muy pequeño, por mediación de grabaciones muy bien documentadas que continuarían por el resto de su existencia. Y digo que es triste y luminoso porque de cierta manera estamos siendo testigos del escenario teatral de nuestras propias vidas.
Kilmer, un talentoso artista, un sólido actor de exquisita formación teatral (de los graduados más relevantes y soberbios que ha parido The Juilliard School) ha terminado cuasi mudo (un cáncer de laringe) y viejo, permitiendo que la voz de su hijo Jack narre su historia en un acto inmenso de tristeza irredimible.
Hay escenas fabulosas de altísimo valor testimonial para quienes amamos el cine, como aquella en que un muy joven Kilmer debutaba en el teatro neoyorkino junto a Sean Penn y Kevin Bacon. O esas otras que nos muestran los entretelones de las filmaciones de Top Gun y de The Doors.
Kilmer vuelve a desandar, con paso cansado y la estampa fisionómica y estética de un anciano y centenario Jon Voight, aquellos rincones que modelaron su pasado: la casa donde murió su adorado hermano, el bar donde se enamoró de su futura esposa, los valles interminables comprados por el estafador de su padre…
Su sensibilidad, su inteligencia, su agudeza, nunca reflejada a plenitud por su propia carrera, se pierde en la mirada cansada del presente y en los recuerdos nostálgicos del pasado. El dolor de Kilmer es el nuestro. La vida se apaga para todos y la diferencia estriba en cuánto podemos aprovecharla. En esta pieza conmovedora y triste, si atisbamos concienzudamente, podremos encontrar respuestas.
1398
Hace rato que vengo pensando en esto:
Solemos achacar, generalmente, la génesis de cualquier desproporción o mal a las ansias irrefrenables de acumular dinero o poder. Pero en el proceso usualmente obviamos la razón más trascendente que parte, incluso, desde los propios vericuetos de la fisiología humana: el afán de trascender a la muerte!
El hombre, en pos de dejar un legado (un fatuo intento de burlar al deceso) es capaz de acometer los actos más brutales y desquiciados. Lo más terrible de tal cosa es que aquellos que intentan perpetuarse desde las alturas lo hacen impulsados por una creencia mesiánica de superioridad magnánima. O acaso el siglo XX no estuvo preñado de estos ejercicios grandilocuentes y megalomaníacos donde el “bien común” se desparramaba a golpe de fusilamientos y terror?
El tiempo, inconmensurable, avanza y una nueva era ha arribado a las fronteras de la historia. El comportamiento humano sigue siendo el mismo, esta vez parapetado tras una tecnología cuasi asombrosa que nos “ayuda” a todos a desandar el buen redil. Y a pesar del avance, volvemos a anclarnos en la oscura era de la edad media, donde predomina la falsa ciencia y el hipertrofiado sentido de la virtud. La reacción ante un virus respiratorio como el SARS Covid 2, por cierto, es el ejemplo paradigmático.
1397
Si te infestas de Covid puedes cursar asintomático o tener una gripe desde moderada a severa, o incluso hacer una neumonía viral o mixta. Si eres gordo y joven, o si sufres de diabetes, las posibilidades de complicarte son mayores. Acá aplican los consejos ancestrales de siempre: lávate las manos con frecuencia, evita multitudes, aliméntate bien, haz ejercicios y garantízate un buen sueño. Lo demás es bobería, Sarría. Intentar ponerle coto social a un virus respiratorio cualquiera es como luchar contra el Dios omnipotente de las sagradas escrituras, a pie, descalzo y sin lanza alguna. La vida sigue! (Sospecho que el mundo será obligado a paralizarse nuevamente)
1396

Parasite (Gisaengchung – 2019), una cinta que ganó el Oscar al mejor filme de habla inglesa, (donde el único término (post) anglo que se usa es el universal “wi-fi”, además de Jessica y Kevin como nombres de pila y alguna otra frase al vuelo como “I’m deadly serious”) es una historia genial, repleta de situaciones hilarantes y, sin embargo, trágicas que Bong Joon Ho, su creador, maneja con una sagacidad cinematográfica escasamente usual.
Sus personajes, memorables e infaustos, son sometidos a una espiral dramática shakesperiana que sólo puede concluir en la más profunda de las iniquidades: la de la desesperanza a ultranza.
En el universo de Bong Joon Ho los pobres son pillos, manipuladores y holgazanes (a la usanza de Cervantes) y los ricos tontos, crédulos y cabeza-huecas. Por ello su crueldad es infinita, su escepticismo brutal. Su mirada cínica sobre la sociedad y la naturaleza de los hombres es implacable.
Bong Joon Ho ha terminado captando, con esa agudeza tan habitual de los incomprendidos, que las comunidades se construyen sobre la farsa del bien común obviando la real sensibilidad del animal humano, aquella que los convierte en víctimas y victimarios, a la manera de esas otras manadas de lobos esteparios que moran por doquier…
1395
Todos, absolutamente todos, irán cayendo paulatinamente. (Excepto unos pocos…)
1394
Sábado en la mañana. Salgo con mi madre a “vitrinear” por Miami. Un popular mall está desierto. Todas las tiendas del lugar exigen el uso obligatorio de la máscara para poder entrar. Nos vamos. Llegamos a un Target vecino. Quizás unas cien personas, incluyendo trabajadores, dentro del inmenso local. Todo el mundo cubriendo sus bocas y narices. Todo el mundo. El mandato acá es opcional. Sólo mi madre y yo a cara descubierta, como seres arcaicos venidos de otros tiempos, como espectros horrendos de un pasado mejor…
1393

GOOD MORNING VIETNAM (1987) es uno de esos filmes que repito cada dos o tres años. La obra posee el espíritu de MASH, porque fue Mitch Markowitz quien la escribió, claro está. Y el talento imperecedero de Robin Williams, quizás el payaso más memorable del cine norteamericano, el hombre con el mayor ingenio vocal que yo pueda recordar, se tropieza aquí en perfecta conjunción (como un alineamiento de estrellas y planetas) con Barry Levinson, el judío-ruso de Baltimore, que se situaba para aquel entonces en el pináculo de su prime creativo.
Entre las muchas cosas memorables y buenas que nos lega Good Morning VietNam, está aquella escena conmovedora, formidable en la que Adrian Cronauer hace chistes a los jóvenes soldados que parten al campo de batalla. Es la revelación de que la gente llana importa y de que el sacrificio es ajeno a los burócratas, a los políticos y a los altos mandos militares. Cronauer, por cierto, fue un personaje verdadero, uno de los baluartes culturales de la derrota de Bob Dole y del posterior triunfo electoral del viejo Bush. Williams lo eterniza y lo enaltece.
Por otro lado, hay un espíritu revisionista en este filme, por supuesto, una leve sombra dubitativa que no denuncia al comunismo por su nombre y que solo esboza sus horrores… así, como quien no quiere las cosas, a la par que carga la pesada mano de la condena sobre ese mismo aliento que permite la crítica y el auto escarnio de una sociedad entera. Pero es tan sólo un minúsculo bosquejo de lo que abunda hoy mismo: el falso mito de la democracia como Saturrno, devorándose a sí mismo, como la cruzada albigenense condenando a los cátaros del sur de Francia.
Pero Levinson no es Inocencio III, no es para tanto, porque también hay matices en la obra que terminan por evitar el maniqueísmo forzado. No olvidemos que los ochenta eran años preclaros donde la fuerza de la izquierda cultural aún no había arrodillado al occidente.
1392
Observando los últimos acontecimientos, se me ocurre esto:La búsqueda de la unanimidad en nombre del bien común es el sueño dorado de todo totalitarismo. Y los totalitarismos, como entelequias políticas, son auto indulgentes y poseen una visión compasiva de sí mismos. Es por eso que, tras la herencia de la revolución francesa, intentan llegar a la consecución de sus “metas” por mediación del iluminismo. De allí la importancia de burócratas e instituciones. Ellos manejan las cifras, ellos adecúan los “numeritos”. La instauración de las políticas totalitarias casi nunca precisan de la imposición generalizada de la violencia. Basta con diseminar la idea del bien común. Basta con convencerte a ti y a mí de que estamos actuando a favor de la bonanza del otro.
1391
Me da cierto pesar con aquellos amigos y conocidos que han celebrado, casi siempre jubilosamente, la renuncia obligada del ex gobernador Cuomo, como si se tratase de una victoria de la justicia o, peor, como si el status quo de la “democracia “ norteamericana recuperara su aura ilusoria de “perfección y consecuencia” de aquellos tiempos previos a noviembre del año pasado. Señores, quienes sacaron al corrupto y soberbio Cuomo del sillón del poder fueron aquellos mismos que se robaron una elección a vista y paciencia de todos, pateando el trasero de quien presuntamente era el hombre más poderoso del mundo en aquel entonces. Acá no hay ganancia alguna. Ya lo comprobarán con quien sustituya al jamonero de marras…