
The Missouri Breaks (1976) es una pieza imprescindible en el catálogo de cualquier cinéfilo, por varias razones. La primera de ellas porque Jack Nicholson y Marlon Brando comparten protagónicos en la plenitud de sus carreras; la segunda por la presencia de excelsos secundarios como Harry Dean Stanton, Frederic Forrest y un muy joven Randy Quaid; la tercera porque la pieza fue dirigida por Arthur Penn ya entrando en el ocaso de su talento, tras aquellas memorables Bonnie and Clyde y Little Big Man; y la cuarta porque la química lograda entre la entonces debutante Kathleen Lloyd y el propio Nicholson es prácticamente insuperable.
La historia es simpática y está bien narrada, los personajes son disfrutables y reales, la hechura técnica es de primera línea y, sobre todo, las pretensiones de trascendencia de Penn y compañía no traspasan los límites de la decencia y la comprensible modestia. Ello de por sí convierten a esta pieza en una especie de gema subvalorada y oculta que a la razón de estos tiempos se agiganta y se convierte en una bofetada en el rostro de la mediocridad y la autocomplacencia. ¡Ah, Marlon que estás en los cielos! ¡Ah, Jack soberbio de los mil demonios!
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