
Revolutionary Road es una de las cintas más intensas y profundas y descarnadas que se han filmado en la historia del cine. Sus personajes adorables y patéticos, tan humanos y reales, miserables y complejos, son reflejo de la indigencia que cargamos dentro. Estructurados en base a un formato prácticamente teatral, nos gritan, nos ofenden, nos causan un dolor profundísimo y letal, una pena insoslayable de la que recuperarse es imposible, incluso al paso de los años. Revolutionary Road no es más que una aguda narración acerca de cómo los sueños, etéreos, imprecisos, se hipertrofian bajo la égida del desequilibrio, de la inconformidad, del desarraigo. Nos enseña, con esa crueldad infinita que se agazapa tras la normalidad y el acomodo, la manera en que el pragmatismo y las circunstancias objetivas apisonan los delirios de una vida distinta.
Todo el leit motiv que nos anima, como observadores de esta obra magnífica y brutal, es descubrir si Sam Mendes toma partido por alguno de los decursares de la historia. Pero al final la respuesta parece ser clara y directa. El realizador inglés es un cronista, un cirujano que disecciona sin juzgar. Su afilada navaja solo expone para que seamos nosotros quienes enjuiciemos y decidamos. No es Mendes, como equivocadamente muchos piensan, un crítico implacable de la sociedad norteamericana, del sueño idílico del “imperio” todopoderoso. Es un crítico implacable de la humanidad completa, del animal que somos. No es otra cosa, Mendez, que un aniquilador de quimeras y utopías.
Sobre las inmensas actuaciones, subestimadas me parece, hay que acotar a una Kate Winslet, salvaje y hermosa, inquietante y turbada, potra de raza que finaliza esta carrera con ventaja sobre los otros. Y a un Michael Shannon, con un par de escenas brillantes, magistrales, que debió haber ganado el Oscar ese año. Su voz es la de la conciencia, demente, cínica, desolada y cruel, que habita muy dentro de nosotros. ¿Y De Caprio? Pues este Frank Wheeler surgido del talento de Richard Yates da vuelta y media al Hugh Glass de Iñárritu, que tanto reconocimiento recibiera. Y es que a veces no se trata del talento per se, sino de las circunstancias y su historia.
(Reseña escrita en el 2016)
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