
Mientras Orwell apostaba por un futuro donde primarían las dictaduras de las ideologías, Philip K. Dick imaginaba al ejercicio de la tecnología como el innuendo más certero de nuestra perdición. Ambos, en realidad, erraban. Los últimos tiempos han sido muy claros y precisos en relación al porvenir que nos aguarda. El estado policiaco del (cuasi presente) futuro, regido por las “infalibles” ciencias, nos acarrearán como ganado por entre los imperturbables y rígidos tabiques del panopticon de Bentham.
Pero el error de Orwell y de Dick no es absoluto. Amén de la prostitución de las ciencias, ya se forjarán nuevas ideologías que, amparadas por el irreversible y magnánimo poder de las tecnologías, nos dominarán y guiarán hacia un futuro donde la imperturbable mirada de Saurón acaso si dará respiro. Así lo intuyó, de cierta forma, hacia finales del siglo pasado Andrew Niccol con su Gattaca (1997) distópica y amarescente. Y tan preclaro fue el neozelandés que se percató, quizás antes que nadie, que la rebeldía distópica ya no consistirá en intentar ser libres por naturaleza, sino en hacer todo lo posible por sumarnos a la masa totalitaria que prevalece por doquier.
Gattaca es la historia de una segregación a la usanza de los postulados eugenésicos de Galton, aquel primo olvidado de Charles Darwin. Una eugenesia microbiológica y no sólo anatómica, vale decir. La clasificación futura de las clases humanas y del éxito social estará estipulado por la información genética, nos dice un Niccol que filma con soltura esta, su ópera prima, y que le otorga emoción a lo que cuenta y que se inspira en grandes clásicos del cine para mostrarnos a Hawke y a la Thurman en ciertas primeras tomas donde lo que prevalece es el estado de gracia… per se…
La historia de Niccol es la de la Australia del presente, la de la Europa que se enfila hacia el abismo, la de los cincuenta estados que fenecen… La solución que nos ofrece no es disfrutable ni dulce y no alimentará el optimismo de la plebe. Aún así reconoce el esfuerzo del humano por reacomodarse y ser rebelde para sobrevivir, aunque tal rebeldía, como ya les comentaba antes, signifique intentar compaginar, como buen militante del partido, con el mundo que te rodea y te consume. Y es que a Niccol no se le escapa lo primordial: la naturaleza humana se caracteriza fundamentalmente por su capacidad de adaptación, donde lo malo nos parece bueno y lo terrible, aceptable.
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