
A Luis Hartman le asiste toda la razón cuando afirma, con determinación testosterónica, que el veterano Ridley Scott parió un tronco de película con “The Last Duel” (2021). De hecho, la adaptación de la novela de Eric Jager es lo mejor que ha hecho el otrora recio realizador, probablemente, desde aquella Black Hawk Down de inicios de siglo o, incluso, desde su clásica Thelma and Louise, pieza cardinal del feminismo fronterizo entra la vieja ola de la pasada centuria y la agresividad posterior de una Rebecca Walker.
Scott narra con una grandiosidad espeluznante. Al manejo perfecto del contenido estético, a la puesta en escena soberbia y majestuosa, hemos de agregar ese tono presuroso y certero, ese ritmo vertiginoso y escueto, tan a tono con los tiempos que corren. En tal sentido, The Last Duel es una pieza más cercana a los postulados de Jeff Dorsey que a la literatura de Conrad (The Duellists fue el primer largometraje filmado por Scott, no lo olvidemos).
The Last Duel es una obra kurosáwica, con las sombras de Rashomon planeando sobre su cabeza. Es también la teatralización de un choque existencial entre pragmatismo y poesía, entre tosquedad y finura, con la cuña terrible de la incertidumbre jaloneando a la historia hacia el abismo. Para el envejecido Scott, un revival de su carrera; para el alicaído cine, un rara avis en vía de extinción. Ello, a pesar de las manos “justicieras” de Damon y de Affleck en la historia, esos dos burguesillos rosados…
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