
Probablemente hay pocas cosas tan hermosas como un coro de niños de Guadalcanal cantando frente a la playa más azul, justo antes de que algún bote de guerra surque las aguas. Terrence Malick nos regala esa idea estética de una manera espléndida al comienzo de su poema bélico.
Veinte años demoró Terrence Malick para volver al ruedo. Bastó aquella novela de James Jones. Y su The Thin Red Line (1998), esa gesta coral que estremeció la llegada del nuevo siglo. Y es que en la obra de marras Malick nos habla sobre la muerte, el paso previo de la vida, el futuro improbable, la niñez ocre de tu madre haciendo el desayuno, el heno cayendo disperso desde el cielo en los campos remotos de la memoria… todo unido como un acto vívido y constante de heroicidad perpetua.
Al final subsiste una belleza terrible en el acto de temer la muerte; y todos lo intuimos…
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