
Guillermo del Toro es probablemente, a estas alturas, el realizador más aburrido, mediocre, llano y superficial que puede encontrarse entre los bendecidos por la crítica cinematográfica de hoy en día, tan aburrida, mediocre, superficial y llana como el propio gordo mexicano. Es una especie de complemento; además de ser del Toro el reflejo exacto de cómo la mediocridad se ha adueñado de todo.
Comencé a ver la tan anunciada “Nightmare Alleys” y como ya debía haber imaginado, no pude siquiera terminarla. Me había sucedido antes con aquella inmetible “El Laberinto del Fauno” y con esa copia pobre y descarada de “Chelovek Amfibiya” del ya fallecido director ruso Vladimir Chebotaryov y que titularon “The Shape of Water” para regalar el Oscar más vergonzoso de la historia del certamen.
El último filme de del Toro es un verdadero bodrio. Mal escrito, petulante, soporífero, no es más que un palidísimo reflejo de aquella formidable Carnivale, la serie de Daniel Knauf, que tan cruelmente fuera eliminada de HBO tras su segunda temporada. Nada que buscar aquí excepto la certeza de comprobar nuevamente como el séptimo arte se bambolea de un lado a otro, herido desconsoladamente de muerte…
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