2007

Un par de años después de llegar a los Estados Unidos conseguí mi primer trabajo de “oficina” (estuve unos meses de técnico de farmacia en las Navarro, pero eso no cuenta). Era en una agencia de enfermería donde me encargaba de hacer quality assessment y manejar casos clínicos. No sabía nada del tema, pero tuve un excelente profesor en Rafael Rosado, un negro portorriqueño que se sabía todas las triquiñuelas técnicas del oficio. Pues bien, recuerdo la primera tarde que salí de la oficina y manejaba por una atestada calle 8 a la altura de Little Havana. Iba en mi viejo Ford Taurus con la ventanilla baja, recibiendo el aire del ocaso, escuchando una vieja emisora clásica de aquel entonces (2007, antes de la apoteosis del smart phone) y por primera vez sentí que la vida se normalizaba y que podía camuflarme entre la gente y la cotidianidad de mi “nuevo” terruño sin problemas. Desde ese día, creo (y a pesar de haber vivido posteriormente en Texas por motivos profesionales) juro y perjuro que nací en Miami (la yuma), aquella tierra mítica y soñada que hoy apenas si existe.

(Ver morir, por partida doble, el lugar que amas, es una experiencia horrenda)

2003

“El calentamiento global va a destruir la vida para el 2015…”

“El Covid va a causar un apocalipsis mundial…”

“San Isidro va a liberar a Cuba…”

“La culpa de que las vacunas no funcionen es de los no vacunados…”

“Trump 2024…”

“La invasión de Ucrania es por culpa del comunismo…”

“El gaznatón de Will Smith es real…”

2000

Konstantin von Eggert, un periodista de amplia carrera en Rusia y con estrechos lazos con el Foro de Davos (donde le publicaron este artículo que cito, por cierto), miembro del Chatham House – Royal Institute of International Affairs (quienes dicen que sus «tres objetivos del segundo siglo están destinados a permitir y construir sociedades pacíficas, sostenibles e inclusivas») deja entrever el por qué a la Rusia de Putin la masticaban sin tragarla. Dice von Eggert:

«Hubo un brillante momento transformador recientemente cuando Rusia se unió a la OMC, confirmando así a sí misma y al mundo en general que su economía está inextricablemente unida para siempre con otras en la era de la globalización. Sin embargo, pasarán años antes de que Rusia se sienta cómoda en la organización y aprenda las cuerdas en el interminable proceso de toma y daca de la OMC. También tomará tiempo (si no mucho) para que las realidades políticas internas de Rusia cambien y para que nuevos líderes más audaces lleguen a la escena, aquellos que no estarán sumidos en el obsoleto pensamiento de suma cero».

En todo caso, tampoco Rusia es el adalid (a pesar del nacionalismo eslavo de Putin) antiglobalista al que muchos aluden. Mientras el presidente ruso popularizaba en las redes posiciones férreas y conservadoras en relación a temas sobre la llamada justicia social crítica o el terrorismo islámico, la cadena oficialista RT arremetía fieramente contra el trumpismo y apoyaba las causas de Black Live Matter y demás progres locales.

De hecho, tan sólo en Octubre del año pasado, Rusia se unió al Centro para la Cuarta Revolución Industrial, patrocinado y manejado por el Foro Econòmico Internacional. ¿Que quiénes firmaron el acuerdo en Moscú? Nada menos que el presidente del Foro, Børge Brende y el Viceprimer ministro de Rusia, Dmitry Chernyshenko.

Este es un conflicto complejo y profundo que trasciende ideologías e intereses y que solo podría explicarse con cierto grado de certeza desde las geopolíticas que «construyen» el futuro. Nosotros, meros espectadores y opinadores, seguramente ni tenemos idea. Vivimos los prolegómenos de una nueva era y los poderes que pujan por el cambio terminarán erigiéndose sobre los más débiles. De eso se trata, también, la naturaleza humana.

1599

La brillante Heather Mc Donald parece recuperarse de su resbalòn antitrumpiano de finales del 2020 y retoma la valentìa y la cordura. En su ùltimo artìculo publicado en City Journal titulado «Denounce Putin or be blacklisted» describe la fèrrea e injusta censura a que han sido sometidos los artistas rusos del mundo de la mùsica clàsica, practicamente caso por caso. Y afirma que:

«Se les pide a los músicos rusos que condenen la invasión de Ucrania por parte del presidente Vladimir Putin para conservar trabajos y realizar compromisos en Occidente. Mantenerse al margen de la refriega no es una opción, y denunciar la guerra no evitará la cancelación. Los músicos rusos deben criticar a Putin por su nombre o seràn incluidos en la lista negra».

Nada, que esto Macartismo puro y duro pero sin el placentero resultado de pisarle el cogote al comunismo.

1598

ER, la serie creada por Michael Crichton, sirve como una especie de tracking circunstancial que permite hacer un seguimiento preciso de la inserción y evolución de los conceptos de la llamada justicia social crítica en el alma de la nación norteamericana. Ambientada en una sala de emergencia de un hospital financiado con dinero público en la ciudad de Chicago, sus primeras seis temporadas (1994-2000) reflejan todo debate social desde una perspectiva donde prima el sentido común y la civilidad del discurso de las ciencias. Pero ya entrando directamente en la séptima temporada (2000-2001) cualquier atisbo de prudencia y seriedad termina largándose por la taza del baño.

Así, como quien no quiere las cosas, aquellos temas que antes se habían manejado con sapiencia y prudencia, con la llegada del nuevo siglo y el Bushismo corporativo entran de súbito a la palestra del debate de la mano de los complejos, el racismo victimista, la teoría anticientífica del género y todo tipo de concepciones retrógradas, medievales y contrarias a la bilogía más básica y sustancial. Es decir, de manera soberbia, como un tumor que se metastiza a velocidad vertiginosa, comenzaba a imponerse la visión de un “progresismo” reaccionario que hoy, a la vuelta de dos décadas, se ha constituido en un nuevo acápite moral que tasa y regula cada acción de las instituciones y los hombres.

En tiempos en que la distopia del colectivismo tecnológico se ha vuelto una realidad reconocida abiertamente por sus propios propulsores (ONU y su apéndice el foro de Davos, el status quo bipartidista norteamericano, burócratas y administradores de naciones dependientes como Ucrania y sucedáneos) y la acusación de “conspiranoia” ha dado paso a la “necesidad” de reconocer la apoteosis de los Estados como un sine qua non de la evolución positivista de las sociedades y los hombres, ER ya no es la mierda que debería ser tras su rendición temprana al buenismo horrendo, sino un parámetro cultural que establece pautas y otorga méritos. Sí, luego de decenas de siglos de “evolución “, tan bajo hemos caído. Y es que todo parece ser producto de un estado natural del hombre hacia el tumulto cavernario del humano simio de Darwin.

Fó, que peste!

1597

RT, sin dudas, es un medio de propaganda al servicio del gobierno ruso, así como la inmensa mayoría de los grandes conglomerados periodísticos del Occidente son medios de propaganda a favor de los poderosos que han convertido el presente en una distopia Dickiana. Ni más ni menos.

1595

Cuando en 1987 el casi novato Steve Rash filmó un guión del debutante Michael Swerdlick titulado Boy Rents Girl, pero que luego saldría a la luz como “Can’t Buy Me Love” (tema homónimo de The Beatles incluido al inicio y cierre), no se estaba haciendo otra cosa que parir, inadvertidamente quizás, una pieza emblemática y sustancial de aquella maravillosa década de los ochenta. La obra, presentada en Cuba no mucho tiempo después, pasaría a engrosar mi panteón personal de cintas representativas de una época en la que compartía con personajes e historias un mismo elemento coincidente: edad y herencia generacional. Can’t Buy Me Love, además, ayudaría a engrosar ese sentimiento irredimible de rebeldía ante una realidad que impedía a toda costa llevar una misma vida que los caracteres presentados en la pantalla. Era una cinta gusana, resumiendo.

Ronald Miller, un nerd invisible ante los ojos de quienes no conformaban su grupo, decide alquilar (“Novia se alquila” fue el título con que la conocimos en la isla) a una hermosa chica senior, capitana del equipo de cheerleader’s, para volverse popular y poder sentarse en el lado del comedor donde almorzaban los exitosos. Ronald también amaba a la muchacha inalcanzable, claro, pero luego de cumplir su objetivo se convertiría en algo que no era: un aborrecible, pretencioso, insensible y falso conquistador capaz incluso de rechazar a la muchacha generadora de su “éxito” en aras de calzar en ese nuevo mundo que se había fabricado a la fuerza. Ya casi hacia el final, humillado y descubierto frente a todos, luego de haber descendido a los infiernos, es capaz de redimirse por mediación de una gesta heroica que aún hoy, 35 años después, logra emocionar a un espectador cualquiera.

“Can’t Buy Me Love” es testimonio de aquellos tiempos gloriosos, la etapa reaganista, donde cualquier manifestación artística valía sobre todo por lo que era y no por lo que representaba, donde los creadores no soportaban sobre sus cabezas la espada de Dámocles de la censura moderna, jalonada hoy en día por una teoría buenista de inclusión forzada en la que todos pueden sentirse humillados o agredidos casi por cualquier cosa y donde la representatividad a cojones es un requisito imprescindible para ser considerado confiable desde una perspectiva humana, ética y moral. Es, en resumidas cuentas esta pieza de Rash, una obra libre y sin complejos que sigue apelando a la nostalgia soberbia de una generación y a las lagrimas de todos quienes hoy somos conscientes de que la vida se ha escurrido y de que somos más viejos y vulnerables. Amen por eso.

Post data: en paz descanses, Amanda Peterson, donde quiera que estés. Fuiste parte importante del pasado de todos.

1593

El sombrío trayecto de la desilusión y, al mismo tiempo, la esperanza vacua:

-Quédate en casa, salva vidas

-Biden / Harris 2020

-Yo soy San Isidro

-No puedo respirar

-Patria y vida

-La revolución de los girasoles

-Me vacuné contra el Covid

-Yo soy Ucrania

Y así hasta el infinito…

1592

“Presidente Biden, usted es el líder de su nación. De una gran nación. Pero yo quisiera que fuera el líder del mundo, porque ser el líder del mundo significa ser el líder de la paz”.

Pobre Ucrania! Abandonada a su suerte por aquellos que la exprimieron, la embaucaron y la usaron, ahora clama por una solidaridad (a través de su irresponsable presidente) que sólo causa nauseas entre los burguesillos de salón del Occidente.

Pero Zelenski, en su desesperación, repite los mismos argumentos falaces que han colocado al mundo al borde de una distopia. Ni Biden, ese anciano senil, es un líder legítimo y probo, ni existe un mundo libre ni la paz es inherente a la naturaleza humana.

La hipocresía del buenismo, por cierto, escaso favor hace a las causas justas. Aquellos que dicen abogar por la bondad, en realidad poco difieren de sus verdugos. Los vemos a diario en estos lares.

1588

La primera vez que recuerdo haber visto a William Hurt fue en Body Heat, en una época en que el cine noir me apasionaba. Luego Lawrence Kasdan y Kathleen Turner (o mejor dicho, desde ese mismo día), pasarían a engrosar mi lista de favoritos y a ser referentes modélicos (entre tantos otros) de mi formación personal y cinéfila. Hurt también, por supuesto. Yo era apenas un pre púber, pero la historia de esa Florida soñada y calurosa, de esa femme fatal que quería asesinar a su marido, y del abogado pueblerino dispuesto a arriesgarlo todo por amor (o por un buen palo) me parecía irresistible. Ver cine era escapar a otros mundos vedados por el recio dogmatismo castro-comunista y Body Heat, en ese sentido, era como una daga que aguijoneaba el grueso telón verdeolivo que intentaba mantenernos prisioneros en cuerpo, y sobre todo en alma.

Con el paso del tiempo otros filmes de Hurt, un actor sólido y preciso, pasaron a formar parte de mi “hemeroteca visual personal”. “Altered States”, aquel ejercicio psicótico de Ken Russell; “The Big Chill”,; la prohibida en Cuba “Gorky Park” que vi durante mi exilio en Chile; “Broadcast News”, al lado de la entonces imparable Holly Hunter; “The Accidental Tourist”; la malograda “The Village” de Shyamalan; “A History of Violence” y tantas otras antes de caer en el inevitable simplismo y mediocridad de Marvel, son piezas que a partir de hoy morirán también un poco tras la partida del maestro. La vida se nutre de interminables ausencias que, paso a paso, van conformando la memoria de los hombres. Hurt aportó su granito de arena. Guardemos un silencio respetuoso.