Evocar al carácter estoico del voluntarismo personal es un arma de doble filo. “No hay fórmula para bebés, no se quejen y den la teta”. “No hay gasolina para el auto, no se quejen y monten bicicleta”. “No hay carne de res, no sean blandos y coman picadillo de soya”. Algo así.
Siempre, bajo la impronta de la reciedumbre moral terminamos evocando el carácter individual de la sobrevivencia, que fácilmente puede convertirse en un justificativo para la desidia. Del dicho al hecho va un pequeño trecho. O es que acaso el discurso redentor de los comunitarismos estatistas no se basa precisamente en el carácter estoico del sacrificio ético?
El punto, estimados amigos, no es si somos capaces de continuar adelante con nuestras vidas frente a cualquier contingencia (Cuba arrastra la desidia de 60 años de oprobio y aún así persiste) sino cuán permisible o tolerable para la libertad es el sometimiento y el acostumbramiento. De la mano de la pérdida de los bienes siempre acude la apoteosis del totalitarismo… tarde o temprano. Y ese es precisamente el eje central de cualquier debate de esta naturaleza.
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