El último filme que miró mi viejo, moribundo ya, fue el “Goodfellas” de Scorsese. No pudo, atosigado por el fantasma de la muerte, disfrutarlo como disfrutaba todo. Casualmente mi padre no recordaba haberlo visto y le propuse hacerlo para aliviar ese tramo final que yo sabía (y él intuía) que se acercaba sin sigilos. Ray Liotta, estaba allí riendo a carcajadas con Joe Pesci… ¡y el mundo que se le gastaba al viejo!
Hoy se ha muerto, sin embargo, Liotta. Sobrevivió a mi padre la escasa cantidad de 15 meses. Quizás falleció, entre otras cosas, por el dolor de saber que mi viejo no pudo atesorar, en sus recuerdos finales, la grandeza de aquella historia amarga de asesinos y ladrones que no intentaban redimirse. Y es que la vida, al final, se trata de prioridades. Este lunes pasado vi por GQ a Liotta hablando sobre su espléndida carrera. Lucía árido y sobrio. Y humilde y serio. Lo despedí sin saberlo, unas 60 horas antes de que siguiera la misma senda que todos desandaremos algún día.
Aunque comenzó su carrera en los ochenta (recuerdo haberlo visto por primera vez en “Something Wild” haciendo de un exconvicto psicópata que atormentaba a Melanie Griffith y a Jeff Daniels) lo cierto es que Liotta es un distinguido miembro de la generación de los noventa, década en la que nos legó sus dos papeles, para mí, más memorables: Goodfellas, del maestro Scorsese que lo lanzó a la fama y le granjeó un inmenso éxito que jamás volvería a repetir, y “Cop Land”, la muy menospreciada pieza de James Mangold donde interpreta a un policía corrupto que se burla y abusa del bonachón y entrado en carnes Stallone.
Liotta fue un actor soberbio y de carácter que no tuvo, increíblemente, el reconocimiento que merecía. Aun así, y pésele a quien le pese, su Henry Hill quedará en la historia del arte como uno de los caracteres más poderosos, humanos y reales que se hayan visto alguna vez. Von Voyage, maestro!
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