
Top Gun (1986) es básicamente un filme sobre la amistad. De un espíritu reaganista notable, la pieza de Tony Scott no solo fue una plataforma para vender a Tom Cruise como el símbolo sexual superlativo de la década de los ochenta sino también para apuntalar el discurso del excepcionalismo norteamericano como un concepto básico cultural y político de la época.
En aquel entonces el debutante Jim Cash y el muy poco experimentado Jack Epps, inspirados por un artículo de Ehud Yonay en alguna revista, escribieron un guión a cuatro manos que el productor Jerry Bruckheimer, un republicano conservador, avalaría y financiaría sin remilgos.
El resultado es un ejercicio estético precursor del resto de las obras venideras de Scott, donde la música pop, una edición agilísima y caracteres notablemente alfas son el sostén principal de la historia. Como anécdota curiosa, recalcar que Mathew Modine rechazaría el personaje principal de Maverick por considerar que el filme era pro bélico (lo que significa que en realidad era pro norteamericano, algo inadmisible desde aquel entonces para muchos integrantes del show business), al igual que Bryan Adams negándose a cantar uno de los temas principales de la banda sonora por idéntica razón. Que Cruise y Kenny Logins hayan suplido tal desaire es algo que agradeceremos, los amantes del buen cine, hasta la eternidad.
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