A propósito del día de Memorial Day, me permito hacer una pequeña observación. ¡Escuchen inocentes amigos! La nueva América no cambiará su rumbo. Es imposible que pueda reformarse desde adentro. La credibilidad de sus instituciones (¡todas!) es absolutamente inexistente. Sé que confiar en la probidad del sistema es un proceder inherente del conservadurismo, pero… ¡Abran los ojos! Pues tal y como afirma Christopher Ruffo “nuestras instituciones están arrastrando al país en una dirección desastrosa, socavando activamente todo lo que ha hecho grande a los Estados Unidos”.
La muerte de las ideologías tradicionales ya es un hecho. Entonces ¿cómo “apear” del dominio absoluto a esa pequeña elite que nos tiene a todos agarrados del cogote? Es una pregunta sin respuesta. Pero ciertamente participar en el “bochinche” electoral no hace otra cosa que validar una falsa democracia. La imposición soberbia del “progresismo” es el magnífico reflejo de cuán bajo han caído nuestras sociedades. Y es que dicho progresismo guarda un parecido familiar con la ideología comunista, porque ambos se basan en la misma tradición filosófica del historicismo “socialdemócrata”.
Cada batalla debe librarse a nivel individual, aunque esto presuponga en el futuro el fin de las libertades limitadas de que dispusimos y aún en cierta medida disponemos (Locke no fue más que un parlanchín que alguna vez atribuyó la libertad absoluta a los dominios del hombre natural). Luchar por tu familia es hoy en día la misma cosa que batallar por tu territorio, por tu barriada y por tu patria. Las fronteras, a pesar del optimismo nacionalista, han dejado de ser geográficas para convertirse en límites etéreos, porque son mentales y porque son de sangre. Salvar hoy a un hijo de la aplanadora propagandista de los estados (secuestrado por la teoría de la desvirilización de las sociedades y sus consecuencias inmediatas) es el mayor de los logros libertarios a que alguien medianamente realista puede aspirar. Y en eso estamos.
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