
“Top Gun: Maverick” es una hija putativa del trumpismo. Joseph Kosinski reescribió un viejo guión en el 2017 que había caído en el olvido tras el suicidio de Tony Scott y cinco años después remecería al mundo (y a los progres) con una historia testosterónica y simple donde apenas si hay lugar para la corrección y la comemierduría tan típica de estos tiempos. Es decir, basta que una obra cualquiera se abstenga de poner sobre el tapete los tópicos que hoy interesan a las elites que mesiánicamente imaginan un futuro “perfecto” para que califiquen inmediatamente como obras cuestionadoras del poder.
“Top Gun: Maverick” es, esencialmente, un ejercicio nostálgico que nos recuerda cuán fabuloso fue cualquier tiempo pasado. Desde el arranque de la pieza, cuando el tema original de Kenny Loggins resuena en el teatro, la era reaganistica se hace carne y alma en el imaginario personal. Es puro entretenimiento donde una cuota de nacionalismo perdido florece entre la mierda más atroz y donde las ideologías no tienen peso, tal y como siempre debiera ser. Pero hoy en día no pronunciarse es, ya de por sí, una clara declaración de intereses.
Kosinski a lo largo de su obra ha sido una especie de ingenuo propagador del concepto del moribundo excepcionalismo norteamericano. “Oblivion” y “Only the Brave” navegan esa cuerda. Su Top Gun es la apoteosis. El capitán Pete Mitchell, un rebelde ‘con/sin causa’, es llamado a entrenar a un grupo de pilotos de elite que han sido escogidos para desarrollar una misión imposible en territorio enemigo, oportunidad ideal para enfrentarse a sus fantasmas del pasado y renacer, dentro de lo posible, como un hombre mejor. El wokismo está, no hay que decirlo, desterrado de la historia, aunque siempre hay espacio para la “inclusividad”: la única mujer de la cofradía, el latino y el negro son los elegidos por la mano de Dios para salir triunfantes y poner el nombre de una América que ya no existe en el pináculo del orgullo nacionalista; utópico pero estimable. Y es que si a las compañías cinematográficas les interesara en realidad ganar billetes dirigirían gran parte de su producción hacia esa masa desencantada y ávida de la incorrección política (que no es más que la corrección de siempre, o de antes si se prefiere) que llenaría sin lugar a dudas las salas para rendir pleitesía a cualquier ejercicio que se desentienda del agobiante status quo que parece regirlo todo.
Por ahora “Top Gun: Maverick” es un pequeño ejemplo de cuán exitoso se puede ser al renegar del discurso imperante. Aunque la gran pregunta que nos hacemos todos es… ¿hasta cuándo se podrá? ¿Hasta cuándo lo permitirán? Y la respuesta es sumamente simple: hasta que ellos quieran.
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