Hoy me levanté pesando sobre la imposibilidad de redimir el excepcionalismo norteamericano. Y he aquí el por qué:
El “mal” no puede ser combatido sin una cuota de horror. Toda contención es necesariamente violenta. Pero en tiempos donde dicha violencia sólo proviene del Estado o de aquellos grupos marginales sostenidos o por los gobiernos o por quienes controlan el poder (el verdadero, claro) no hay esperanzas. Se precisa de una dejadez de la “moral” reinante para poder subvertir cualquier status quo, de lo contrario, imperará la satrapía, tal y como acontece en estos tiempos.
Aquel seguidor tradicionalista de los patrones “éticos” sobre los que se han construido las sociedades occidentales vive en la paradoja de (si quiere o pretende trastocar la realidad imperante), dar la espalda a las comodidades de la post modernidad y no abrazar el destino que le han trazado (con todo el inmenso costo que cosa así conlleva) o de acatar las reglas y continuar validando (el ejercicio del voto es un ejemplo) la propia existencia que desprecia.
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