
Alyosha atravesará la Rusia moribunda en medio de las almas que vagan por las laderas del Estigia, en espera de la buena disposición del barquero Caronte. Desandará tumultos de gente buena y llana. En vez de ninfas, sátiros, silenos, pastores y vinateros; soldados, tullidos, ancianos y mujeres. En vez de las bombas y la muerte, el romance imprevisible de la adolescencia. Alyosha abrazará a su madre tan sólo unos segundos con todo el dolor y el amor que son posibles para luego volver al frente de batalla. Es el voluntarismo estoico de la guerra, el esfuerzo postrero del deber.
«Balada De Un Soldado» (1959) es una obra maestra del cine universal, no sólo del cine soviético de la posguerra. Dirigido por un veterano de la contienda, Grigoriy Chukhray, la pieza posee el valor inestimable de hablar sobre la condición humana. Más allá del puritanismo ideológico marxista o del espíritu anti aristotélico del ortodoxismo corpóreo, se impone la razón de la vulnerabilidad. Y es que «Balada De Un Soldado» es una pieza extremadamente hermosa, donde el culto al coraje se revela como una debilidad y, al mismo tiempo, un deber inexcusable. Es la dualidad que acompaña a las obras magnas.
Alyosha no es un ser supremo ni un hijo dorado del comunismo estaliniano. Alyosha es simplemente un muchacho con todo el miedo y la alegría que podría tener cualquier adolescente en su lugar. Al abatir al inicio del metraje a los dos tanques nazis que avanzan hacia él, lo hizo por un espíritu natural de sobrevivencia y no por un acto de heroicidad planificada. Al ayudar al soldado amputado que regresa a casa, pone de manifiesto una cuota de humanidad que es inherente a casi todos; yo hubiera hecho lo mismo en idénticas circunstancias. Al arrebatar de vuelta el jabón de regalo que poco antes había entregado a la esposa infiel de un compañero de batallas, demuestra que a ira es un sentimiento natural. Cualquiera de nosotros habría sido Alyosha, con poca o mucha suerte.
La presencia poderosa de la hermosa Zhanna Prokhorenko como contrafigura de Vladimir Ivashov, la exquisita fotografía realista de Vladimir Nikolayev y Era Savelyeva (de lo mejor y más preciso y cuidadoso que se haya retratado alguna vez) la música formidable de Mikhail Ziv, con aún vestigios de aquellas complejas estructuras tonales y temas progresivos que prevalecieron durante la guerra, terminan por conformar una pieza estructuralmente soberbia, estéticamente formidable y humanamente remarcable que debiera ser de materia obligada para todos quienes amamos la belleza. Grigoriy Chukhray, un miembro destacado del neo romanticismo, movimiento que creció al amparo de Nikita Khrushchev hasta que éste decidiera que el arte y la cultura rusa debían regresar a los tiempos del realismo socialista estaliniano, debe haber muerto feliz y complacido a sus ochenta años en aquel apartamento de Moscú; algunos hombres tienen la suerte de trascender entre sus semejantes.
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