La irrupción del FBI de manera estentórea en los predios de la residencia del presidente Trump en West Palm Beach para ejecutar algún registro es ciertamente un escándalo y una vergüenza para una nación que se precia de ser la luz y guía de la democracia y la justicia en todo el mundo (pamplinas!)
Pero a aquellos que albergan esperanzas de que una vuelta de tuerca pueda suscitarse de alguna manera tras un acto de apariencia (y solo de apariencia) tan “desesperado” por parte de una institución que nunca ha sido autónoma sino que siempre ha respondido al “gobierno” de turno, les aconsejo: hold the horses.
Señores, no ha existido en la historia de la nación mayor horror que el suscitado en noviembre del 2020 cuando, en aquella infausta madrugada electoral en que el presidente Trump ganaba holgadamente, el conteo se detuvo en toda la nación para luego recomenzar con un candidato opositor que ya, de buenas a primera, remontaba una ventaja imposible desde el punto de vista matemático y estadístico, para terminar “imponiéndose” en los cinco estados claves que determinaban el resultado electoral.
Era en aquel entonces que la “furia irredimible” del pueblo debía de haberse manifestado. El 6 de enero fue, quizás, el episodio idóneo para barrer con políticos de uno y otro lado y extirpar el cáncer de la putrefacción burocrática y social. Pero los pueblos no determinan absolutamente nada, amigos míos. Menos los pueblos sonsos y pusilánimes (que son y somos todos).
Ahora ya es demasiado tarde. No importa la furia que pueda atesorar el presidente Trump ni la molestia de sus seguidores. A quienes aspiren a un cambio por la vía electoral les recuerdo que el antitrumpismo furibundo es un fenómeno bipartidista y, en los estamentos del poder, universal. Y también les recuerdo que quienes cuentan y contarán los votos serán siempre ellos. La única posibilidad que aún persiste para la justicia es la violencia irrefrenable y esa no la van a ejercer ni ustedes ni nosotros. Así que bon voyage
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