El discurso de Joe Biden en el que declara a sus rivales políticos como enemigos de la patria, constituye un parteaguas en la historia política de esta nación y, por ende, de todo el Occidente. Es el pináculo de las ambiciones dictatoriales del mal llamado «progresismo» ideológico. Tal parece que el fenómeno «Donald Trump» ha terminado convirtiéndose en la excusa perfecta para arrasar con cualquier disenso social.
Sí, vivimos tiempos oscuros y confusos, donde muchos que se catalogan a sí mismos como «derechistas» e incluso «conservadores» siguen considerando al actual «presidente» y a sus asesores como seres incapaces e ineptos alejados de la realidad, como torpes operadores políticos que no saben a dónde van… y a sus críticos más lúcidos como «conspiradores». (En esa infausta categoría conciliábula entrarían desde Sorah Ahman hasta Patirck J. Deenen).
… tiempos en que los alabarderos alados de la «democracia» justifican y aplauden el conato de veto por parte de esta administración, bajo la peligrosa premisa de que «el mal debe ser acallado», idéntico argumento al de tantos horrores previos. Pero el «futuro luminoso» tiene que construirse a cualquier costo, sobre todo por encima de los cuerpos pútridos del pasado, a la usanza de la revolución francesa…
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