El cine francés de acción era muy popular en Cuba durante los años de mi infancia. Las películas de Jean Paul Belmondo, Alain Delon y Lino Ventura como aporreadores de los delincuentes o la ley, según fuera el caso, deambulaban en los cines como fantasmas estoicos que nos animaban a ser más valientes y decididos y felices. Los filmes, desfazados en tiempo gracias a ese espíritu ladrón del castrismo que prefería hurtar antes que pagar, se repetían en tandas corridas ya fuera en el Venus o en el cine Canal, alimentando nuestros sueños de vida. À Bout De Soufflé (1960) y Le Samourai (1967) fueron referentes del muy prolífico cine de acción francés de los venideros setenta, y los personajes de Costello y Poiccard, desde entonces, alter egos cuasi inseparables de Delon y Belmondo. Uno de cejo adusto y parquedad soberbia. Otro estentóreo y payaso. Ambos salvajes.
En Francia se salvó el noir así como en Italia el western. Godard lanzó su canto de amor y odio al cine gansteril norteamericano con esta A Bout De Soufflé donde Poicccard contempla en los inicios los carteles de un cine. Más dura será la caída con el rostro de Bogart en primer plano sobresale. Belmondo musita un cariñoso: «Boggie». Y Goddard se recrea con un primer plano del actor. Y luego pasa hacia Belmondo, que lo mira extasiado y trata de imitar sus gestos. Goddard refleja con un simple corto de menos de un par de minutos, todo el significado de la nueva ola francesa: darle a la fantasía del arte un baño de realidad común. En A Bout De Soufflé Belmondo es el Bogart callejero y vulgar y Jean Seberg la Bacal sin el glamour de Huston.
Es curioso como Godard pone a actuar al propio Melville. Lo incita a hacer el papel del escritor Parvulesco, un discípulo de Evola, y quien a una pregunta de algún periodista, responde «Rilke era un gran poeta, así que probablemente tiene la razón». La «entrevista” a Parvulesco» recreada por Godard traería consigo esa especie de rescate del «escritor» como un elemento de la vida diaria y que se replicaría en obras influenciadas por la nueva ola como el Memorias del Subdesarrollo de Alea y su «reunión de intelectuales». Y otra cosa a destacar, A Bout De Soufflé es también una obra revolucionaria no sólo por el tratamiento de los personajes y la semblanza de Goddard acerca del ser humano, sino también por la manera en que el realizador francés trabaja la edición y corta centésimas de segundos de las escenas, dándole a la obra un carácter pop que era inédito hasta ese entonces.
En Le Samourai (1967), en cambio, un asesino a sueldo necesita sobrevivir a toda costa tras la ejecución de un crimen. Jean-Pierre Melville narra meticulosamente una de las películas más influyentes de la historia. Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Francis Ford Coppola, Jim Jarmusch , Luc Besson , los hermanos Coen y muchos otros han hecho filmes fuertemente inspirados en esta obra suprema .La cinta, de más está decirlo, es hosca y rala como el Jeff Costello, de rictus cruel y despiadado, de Delon. Melville, el más hollywodense de los realizadores de la nueva ola, soberbio, eficaz, pragmático y modesto, un narrador nato, un Faulkner del celuloide, era también un guionista soberbio. Por lo tanto, todo el mérito de Le Samourai también recae en su escritura, amén de aquellas otras cosas, como la música memorable de François de Roubaix y la cinematografía de Henri Decaë.
A mí me gusta situar a Melville como un realizador de la nueva ola francesa y no como un precursor, como algunos críticos insisten. La nouvelle vague, crecida al amparo del proteccionismo gubernamental impulsado por el entonces ministro de cultura André Malraux, permitió que el empuje de nuevos realizadores, casi todos previamente escritores y guionistas, dieran rienda suelta a sus apetencias de libertades creativas, rindiendo sentido homenaje al Hollywood de Hawks, Ford, Huston y Fuller, entre tantos otros. Y Melville formó parte de esto desde un inicio, pero desde la perspectiva de un realizador más y no de un padrecito protector. Su pérdida temprana ha engrandecido su obra, de la cual Le Samourai es la más inolvidable y soberbia.
Godard y Melville dibujaron un poco también toda nuestra infancia, a destiempo, pero con la fuerza del anhelo que nosotros, chiquillos de una nación pobre y colectivista, poseíamos de ser parte de ese mundo que nos estaba vedado. Gracias al amago de la magia del cine, recorrimos las calles de Paris atrapando a los malos o esquilmando a los buenos… gracias a A Bout De Soufflé y Le Samourai…

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