Entramos en una nueva era donde la ideología tradicional de las clases sociales (posteriores al iluminismo y a las revoluciones industriales del siglo dieciocho) entra en franco deceso. Ya rigen los autoritarismos medioambientales y tecnológicos y la politiquería del “buenismo” con todos los postulados “woke” a la cabeza, compartidos desde Argentina a los Estados Unidos, desde Alemania hasta Israel. El mito occidental de que “los pueblos mandan” no es más que una falacia. Como siempre, el mundo es regido por aquellos intereses que atesoran el poder; sólo que ahora esos intereses han mutado en una especie de monstruo que aún no alcanzamos a entender. El afán de trascendencia es un enemigo poderoso… el más magnífico y soberbio que alguna vez la ilusoria “libertad” de los hombres haya enfrentado.
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Mientras algunos sienten nostalgia de los tiempos pasados al escuchar un tema de “Pablito”, a mí me asalta la añoranza al atisbar el inicio “irlandés” de State of Grace (1990) con las imágenes imprecisas de una banda callejera del diario de Saint Patrick entre la niebla distorsionada y la música monumental de Morricone.
Este filme lo vi cuando estudiaba medicina en Cuba, en una de las aulas de la facultad de Colón, mientras me preparaba para algún examen. Era el horario de la tarde, seguramente en algún día entre semana y alguien había puesto el VHF en uno de los videos del salón de clases. La ponzoña de la miseria del “período especial” nos asfixiaba a todos.
Cada obra en el filo de un cambio de década cualquiera o es una reafirmación del período estético pasado o trae consigo el aliento de una nueva era. State of Grace probablemente se encuentra entre dos aguas. Mientras acarreaba consigo cierto “espíritu” del cine policiaco de los ochenta, echaba también mano al desarrollo estético que, procedente en buena medida del policiaco urbano de los setenta se desarrollaría con nuevos aires en la década que comenzaba.
La historia de Dennis McIntyre habla de lealtades y deberes, de la pugna moral que se establece entre el ejercicio del deber y la ética aprehendida por un lado, y los compromisos que le adeudamos al pasado por el otro, disyuntiva perenne que como fantasmas impenitentes planean sobre todos (y el mundo del exilio peri y post castrista es un ejemplo notorio que nos trae ejemplos a diario).
Phil Joanou, el director, proviene de la oleada de realizadores de videos musicales de la era MTV y éste es su mejor trabajo. State of Grace está filmada con paciencia y contundencia, es una sólida pieza policiaca fotografiada con esmero, impregnada de un realismo soberbio que nos regresa a la irrupción de los jovenes furiosos de la década de los cincuenta y está actuada magistralmente por grandísimos actores como el despreciable Sean Penn, Gary Oldman, Ed Harris, Robin Wright, John C. Reilly y el siempre inmenso John Turturro.
Pues bien, mientras algunos se emocionan hasta las lágrimas con el corillo de Yolanda en la voz de Milanés y compañía, mi corazón sentimental palpita al ritmo de aquella terrible balacera en ese bar-tugurio neoyorkino, muy cerca de donde se celebraba el día de Saint Patrick…
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«Hijos del lobo Fenrir, liberaos de vuestra carne. Los lobos aullarán en la tormenta de Odín. Los guerreros caerán cuando la garra del oso golpee. Lucharemos hasta Valhöll. Hasta que volvamos a la forma humana. Sin miedo, beberemos la sangre de las heridas de nuestros enemigos. Juntos nos enfureceremos en el campo de batalla de los cadáveres. ¡El Padre de la Guerra nos manda! ¡Transforma tu piel hermano!¡Conviértete en tu furia!»
Robert Eggers es el esteta maldito de la nueva historia. Un poeta de la negritud del alma que enlaza a las eras y a los hombres, y les construye un puente de escalones endebles para atravesar los fuegos del averno y las trampas del alma. En su obra merodea el fantasma de Poe. Por allí se pasean las hechuras de Eisenstein, de Saura y de Tarkovski. Ya les había comentado antes, bastó «The Witch» (2015) para que Eggers se nos revelara como un genio incomprendido y loco que venía a sacudir el rutinario mundo en que vivimos. Y así fue, porque su magistral «The Lighthouse» (2019) lo corroboró con creces.
Y ahora «The Northman” (2022) es el nuevo ljóð macabro y pestilente sobre el que se eleva la locura implacable del endiablado Eggers, que recurre a la magia negra de los brujos nórdicos para narrarnos una historia de venganza terrible y de oscuros presagios, donde los héroes no visten el inmaculado velo de la castidad moral y donde las vísceras son el recordatorio perpetuo de la falibilidad humana. Toda la obra es una pesadilla salvaje, una ilusión onírica donde el terror nos revuelve los sueños y las ansias. Es tan desproporcionada la ambición del infierno de Eggers que cada imagen es una inmensidad brutal de desparpajo sin fin. Aquellas llamas centelleantes que Miguelito el pintor veía en los ojos de quienes se le tropezaban en las calles de la Habana durante sus episodios psicóticos de esquizofrenia están aquí, taladrando nuestras almas de meros espectadores impotentes que acaso si alcanzamos a descifrar la grandeza de todo cuanto acontece alrededor.
Eggers es un esteta, un maestro pictórico de la nueva era que acometemos sin fiereza, con la parsimonia de las cabras que se dejan guiar al matadero. Sus gritos desgarradores en medio de las planicies semi heladas de la remota Islandia no son más que el eco de todo cuanto ha sido nuestra historia, la de los hombres y las almas: una violencia inacabable de misticismo y fuerza. Allí donde el Amleth de la historia alza su espada, no campea ni el honor ni la gloria, sólo el destino irreversible que nos obliga a sobrevivir por una causa. La sed de venganza del príncipe frustrado no es otra cosa que la derrota magnánima de todos. Y Eggers nos lo cuenta con la explosividad de un bourbon de alto proof, porque si todo dependiera del almíbar azucarado de los espíritus débiles, entonces jamás seríamos testigos de la perdurabilidad de la grandeza.
(Todo esto, por cierto, a pesar de ser la primera pieza dirigida por Eggers para el Hollywood establecido y brutal; y a pesar de las injerencias de los mercenarios de las compañías productoras. Y otra cosa importantísima y vital: Eggers no hace ni siquiera, durante todo el tramo del metraje, una mínima concesión a la corrección política que hoy domina el discurso cultural a nivel global, lo cual es mucho)
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La Lady Asaji de «Kumonosu-jô» (1957) es la Lady Kaede de Ran y, por supuesto, la Lady Macbeth de Shakespeare, víboras sempiternas que complotan y azuzan en pos de que la ambición se coteje con las profecías. Y es que no hay destino sin la fuerza irredimible de los hombres. Kurosawa, como Shakespeare, estaba obsesionado con el tema del espíritu bestial que nos anima.

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Las masas… Ah, las masas!
Que espectáculo formidable!
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La muerte es una pesadilla inevitable, o una liberación irremediable. Todos tendremos que enfrentarnos algún día a nuestro apocalipsis personal. Algunos tendremos la fortuna de alivianar nuestra partida en paz y otros, en cambio, cargarán el fardo pesaroso de la culpa. Creo, eso sí, que casi todos partiremos con el dolor de no poder ser entes eternos para la gente que nos quiere. Bergman, entonces, nos trae la exégesis soberbia del juego de ajedrez como metáfora tremenda del juego de la vida, de la sobrevivencia a como dé lugar. Es un instinto natural el aferrarnos a nuestras circunstancias.
Det Sjunde Inseglet (1957), profunda como una noche inmaculada, es una indagación en esos avatares sustanciosos que subsisten en cada paso y cada hecho. Es una especie de canto de resistencia con un epílogo más que conocido. Y es que Bergman parte de una premisa muy simple: todos estamos condenados a morir. La propia cita bíblica del Apocalipsis de Juan, el discípulo joven y bueno, acarrea la voluptuosidad del fin con esa jerga monumental tan propia del cristianismo primitivo. “Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo, como una media hora… Vi entonces a los siete Ángeles que están en pie delante de Dios; les fueron entregadas siete trompetas. Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro”.
La alusión descarnada de Ingrid Bergman al gran misterio de la muerte (que es también el gran misterio de la vida) está sin dudas inspirada por el hedor mortuorio de la peste negra, la enfermedad más devastadora de la historia de la humanidad, que afectó a Eurasia en el siglo XIV y alcanzó un macabro punto máximo entre 1347 y 1353. Esta es una obra profundamente oral y filosófica. Bergman explora los prolegómenos de la muerte, despojando a la existencia de una virtud de fe. Para Bergman, Dios es una sombra fantasmagórica imprecisa. ¿Es eso, acaso, cosa justa? ¿Somos los dueños de la verdad y la mentira? Una respuesta certera es imposible. Pero Bergman cuestiona con modestia notable, como si no quisiera molestarnos, como quien deja que las cosas pasen simplemente. Es un susurro que se desliza cuasi inadvertido durante el ejercicio contemplatorio de la pieza.
Este Séptimo Sello atesora también otro mérito, amén del discurso sobre la inevitabilidad de la muerte, y es el de mostrarnos aquella estética de los tiempos antiguos que nos precedieron. Bergman filma su obra en bandicoot. Y usa recursos del expresionismo germano para redondear el corum visual de su proyecto. Y viste a sus actores como aquellos hombres y mujeres que nos precedieron. Y establece un tono donde recurre a la comedia y al surrealismo, . Las actuaciones y la puesta en escena son absolutamente teatrales. Es en ese universo donde el Ángel de la muerte de Bergman se pavonea sin poseer secretos. Como contraparte, las preguntas del guerrero cruzado no atesoran respuestas. Es como si la inmensidad etérea del final se asemejara a un abismo. Para Bergman, el apocalipsis nos acecha a todos. A todos… aunque al final dancemos.
3071
La única solución posible que puede salvar a USA es imposible. Se trata de una violencia generalizada que rete al sistema. Pero, por supuesto, no va a pasar.
USA y Occidente están condenados a un futuro donde primará un totalitarismo tecnológico disfrazado de “democracia”. (Y la gente feliz). El mundo que alguna vez conocimos y habitamos, ya no existe.
Por cierto, la rueda de la vida sigue. Nos vemos esta tarde en la feria del libro. Estaré allí con “Fuera de este mundo”. Juguemos a la falsedad estoica de que la gente aún lee.
3070
Nos abocamos al totalitarismo tecnológico. Es sólo cuestión de un mínimo tiempo. Entonces la pesadilla imaginada por Philip K. Dick será real. Ya estamos en los prolegómenos de la distopia, donde ocurre un lógico re acondicionamiento de la política y las sociedades. Si la popularización del smartphone allá por el 2010 fue el inicio de una nueva era en la etapa de los hombres, el éxito rotundo de la histeria del Covid y la apoteosis de la “democracia” disfuncional norteamericana han sido la tapa que se le ha puesto al pomo.
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“Trump es responsable del ataque del miércoles al Congreso por parte de los alborotadores de la turba. Debería haber denunciado inmediatamente a la turba cuando vio lo que se estaba desarrollando».
* Kevin McCarthy, flamante líder de la nueva mayoría republicana en el Congreso, sobre los hechos del 6 de enero del 2021.
(Veo a los a auto-calificados “trompistas” muy contentos con la “victoria” partidista en el congreso. Tendrán alguna idea de lo que pasa frente a sus narices?)
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A estas alturas ser considerado como un “anti-todo” es una especie de medalla al reconocimiento. Y es que la manada está de madre. Fó, que peste…
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Un fantasma recorre el mundo:
el optimismo fatuo
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Estas elecciones de medio término han seguido el patrón de las presidenciales del 2020; es decir, los resultados se han demorado en contiendas claves a consecuencia del “voto por correo” que ha saturado nuevamente al sistema con miles y miles y miles de boletas fraudulentas y fantasmas que terminan contándose a deshora, revelando resultados siempre favorables al partido demócrata. Todo esto, claro está, a vista y paciencia del otro conglomerado partidista, que en una especie de pacto sinistro se ha dejado sodomizar con una complicidad verdaderamente espeluznante.
Anoche a esta hora los republicanos aún aventajaban por dos asientos a sus rivales en el senado. La distancia se acortó a uno, y todo hace indicar que los demócratas retendrán la cámara mayor sin grandes complicaciones. Un verdadero jarro de agua fría para los crédulos patriotas de cartón. En el congreso la cosa es aún peor. De una ventaja de 24 escaños que obstentaban anoche los republicanos, hoy los números se han reducido a… 12 asientos! La masacre, tolerada por políticos, medios e instituciones de toda laya, llegó para quedarse, tal y como se suponía. (Nada de esto es casual y está sólidamente cronometrado).
USA está muerta y enterrada desde aquel fatídico mes de marzo del 2020 cuando la administración Trump fue simplemente incapaz de brindar un ápice de resistencia frente a los poderes que dictan las pausas en el mundo civilizado y establecen que hacer. Señores, recojan los bártulos, protejan a sus familias con los dientes, eduquen dentro de lo posible lo mejor que puedan a sus hijos y sus nietos y esperen la llegada del espléndido futuro que se avecina. Luego no digan que no se lo advertimos.
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Los votantes republicanos se asombran y se indignan con las demoras en el conteo de votos de las diferentes legislaturas, como si la misteriosa aparición de nuevas boletas favoreciendo al partido que gobierna en Washington fuera un hecho inédito y no un deja vu terrible de lo que ya acaeció en noviembre del 2020. Pero lo más increíble es que para muchos de ellos la respuesta es seguir votando, a como de lugar.
La Diosa Democracia suele acarrear a más fanáticos insensatos que cualquier otra religión en la historia de los hombres. No importa cuantas veces te esquilmen y te violen; te seguirás prestando a ser sodomizado.
El show debe de continuar a toda costa. Las dos alas establecidas de la oligarquía, el antiguo Partido Republicano, ahora unido a la élite del Partido Demócrata como una única entidad política gobernante, debe seguir rigiendo sobre todas las cosas. Por eso trabajan juntos desesperadamente para evitar la revuelta de hombres y mujeres trabajadores enfurecidos y traicionados que apoyan a Donald Trump.
¿Y cuál es el mejor remedio? Hacer creer a esa inmensa masa de agraviados que con su voto pueden cambiar el status quo imperante. Es un círculo vicioso e irredimible de una crueldad absoluta. Y en eso estamos, apostando a que la “democracia”, como el soberbio Dios del viejo testamento, nos salve de las vicisitudes y las plagas.
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Trump ha sido el único outsider verdadero de la política norteamericana de los últimos 40 años. Por eso se encargaron de aniquilarlo. No es un secreto. El propio magnate constató la imposibilidad de cambiar verdaderamente el rumbo de Occidente durante su presidencia. Rodeado de la clase política tradicional (ese nido de víboras) a duras penas pudo salir indemne de la casa blanca (por ahora). Fue incapaz de oponerse a la narrativa programada de la histeria del covid, jamás pudo constituir un gabinete decente de personas que compartieran su visión de nación y tras el robo a cara descubierta de noviembre del 2020 jugó dentro de las fronteras que le establecieron. Ni más ni menos. Ahora con su persistencia tenaz sobre la necesidad de validar un sistema que lo descabezó, no hace otra cosa que deslegitimar todo su discurso anterior. La trampa fue certera; la encerrona, formidable. Los enemigos del “loco” no han dejado cabos sueltos. Tras la pérdida del timing tras los hechos infaustos de noviembre del 2020, el nuevo mundo ha echado a andar, incluso con la complacencia de sus más acérrimos críticos. La legalización de la falacia de la democracia se ha impuesto.
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Según The Hill, el mayor donante de la farsa electoral de turno es el mega reaccionario George Soros, con 128 millones de papelitos verdes destinados a la causa de la “democracia”. (En este punto trato de contener las carcajadas). Así que anímense y cooperen con la voluntad del magnate húngaro (y sucedáneos) de consolidar el show a como de lugar. Voten por el gordiflón parásito que se enfrenta al otro gordiflón ocioso en la boleta y ayuden a engrandecer la voz del pueblo (aquí vuelvo a desparramar una risotada inevitable) y a cimentar las esperanzas de una libertad sin cortapisas. Anímense que mientras ustedes votan, yo apuro una copa de Glenfiddich…
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Señoras y señores, este es el mítico Wild Turkey 101. Intenso, con un ABV de 50.5 %. Su contenido es de 75% maíz, 13% centeno y 12% cebada y se añeja entre 6 y 12 años en barricas de cedro americano nuevas y carbonizadas. El color es castaño de oloroso y es muy grueso en vaso. En nariz es floral, con yerbas, jengibre y madera fresca presentes. Huele a carpintería, a torno de trompos, a aserrín. También hay algo de cáscara de naranja. El anís se va revelando a medida que se va abriendo. La integración de alcohol es perfecta. En boca hay canela, miel, pimienta blanca. También hay jengibre y anís. El paso es intenso, muy cálido y se nota en el bouquet postrero la graduación alcohólica. Este es un bourbon potente, de gran cuerpo, de inmensa personalidad, donde la nariz floral y el paladar más dulce y picante se complementan muy bien.



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Y volvamos a las cosas imprescindibles de la vida. El Aberfeldy es un single malt escocés que conocí originalmente cuando lo compré para degustarlo en la última convención de la cubanidad. Este es el caldo que alimenta los destilados mixtos de Dewars, pero en su versión de cebada malteada pura y dura. Está añejado durante largos doce años (la edad de mi hijo) en barricas de roble probablemente americano y en copa es grueso como la niebla de Londres. Huele sobre todo a banana madura, a platanito amarillo y con pintas carmelitas de cualquier patio de campo de Calimete o Banagüises. Hay en nariz también otros frutos maduros como el melocotón y el durazno, como las avellanas horneadas en pastel. En boca sobresalen la madera y el banana pie. También hay algo de miel de abejas y vainilla. Hacia el paladar recóndito se descubre una pizca cuasi imperceptible de naranja. La consistencia es de mantequilla sedosa y el final medianamente prolongado y moderadamente centelleante. El trago es exquisito y está perfectamente equilibrado. Sabe a gloria y paraíso y fiestas. De los que más me gustan en este rango de precios.
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«El grupo de Puebla, heredero ideológico del foro de Sao Paulo, contra el Foro de Davos». Ese es el verdadero debate de estos tiempos. Una contienda que retoma vuelo tras el triunfo de Lula, un extremista ideológico de la vieja guardia. Esta discusión, de más está decirlo, es entre postulados de izquierda que, de una forma u otra, comulgan con aquello de la nueva justicia social. La batalla será ganada por el foro económico mundial, por supuesto. De hecho, ya está ganando.
Y aunque esta especie de nueva ideología global (en realidad es un conjunto de fundamentos que le adeudan al marxismo, pero NO son marxismo) maneja el concepto de un colectivismo tecnológico y corporativista que, con la complacencia de muchos, intenta regir en el futuro, no es ni siquiera el sueño pajístico de Marx y sucedáneos. Podemos decir con algo de justicia que el futuro colectivismo social habrá emanado más del capitalismo democrático occidental que de los manuales de filosofía comunista.
Hace unos meses un famoso comentarista político decía lo que para mí es una verdad del tamaño de un templo: la mayor amenaza para los Estados Unidos no es el comunismo sino el globalismo. Creo que la «muerte» de las ideologías será un hecho a mediano plazo (ya es, de hecho, una realidad en ciernes). Pero será una muerte con un ganador inobjetable. La sociedad entera, de hecho, se ha preparado para ello. Los últimos 32 meses son el vívido ejemplo de que con determinación y guaniquiqui, se acarrea al ganado con facilidad extrema.