
Anoche puse por Amazon Prime una peliculilla extremadamente divertida y de la cual se han rodado algunas versiones más modernas, “House on Haunted Hill” (1959), que a pesar de haber sido promocionada durante toda su larga vida (tiene la misma edad del castrismo “triunfante”, por lo que se me antoja como una pieza “matusalénica”, inacabable, milenaria) como una obra emblemática de horror, lo cierto es que al igual que el hijo de Dios, se encuentra a la diestra del padre creador, es decir, Hitchcock. Las malas lenguas, incluso, afirman que la obra del siempre esforzado William Castle sirvió como referente inspiracional para la génesis y paritorio de “Psicosis”, aquella “obrilla” maestra que partiría al siglo XX en dos.
“House on Haunted Hill” está repleta de triquiñuelas sorpresivas, de intenciones torcidas y malignas y de seres grisáceos y cobardes que, bajo la égida de una probablemente falsa historia de fantasmas, se vigilan y se matan entre sí, como para dejar sentada la misma máxima de Robert Kirkman de que nada es peor (o mejor) que el propio ser humano. Todo muy hitchkoniano, por supuesto. Pero la duda sembrada por Castle acerca de la verdadera naturaleza del mal en los contornos de la mansión “embrujada”, ese hálito cuasi imperceptible de materialismo existencial, es el que convierte a “Haunted…” en una notable pieza de cinematografía artesanal.
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