
Pierre Melville filmó «Leon Morin, prêtre» en 1961, adaptando la novela de Béatrix Beck del mismo nombre. La cinta de Melville es una pieza profunda de teología cristiana, donde la vergüenza gala de la segunda guerra mundial, manifestada en la figura ambivalente y dubitativa de Barny (Emmanuelle Riva), se revela como una disquisición filosófica e ideológica entre el cuerpo de la nación y sus habitantes.
El estilo de la pieza es bucólico, realista, y prevalece la oralidad sobre lo físico, donde la ingravidez del silencio en las pausas se sobrepone a la música o a cualquier otro “artificio”, por ejemplo.
Barny se debate entre la lógica naturaleza humana y la quimera idílica del catolicismo que aboga siempre por la pobreza material a expensas de un alma iluminada, del amor sin cortapisas en pos del voluntarismo férreo del militante obcecado.
En este mismo sentido, Melville contrapone, en cierta forma, las dos grandes formas de colectivismo “compasivo” que han prevalecido en las sociedades durante los últimos siglos: catolicismo contra comunismo. O quizás Melville lo que hace es aún más complejo, al no contraponer sino simplemente sobreponer el uno al otro.
Y la imposibilidad de discernir sobre sus verdaderas razones se debe a esa frialdad quirúrgica con que el realizador francés atisba a su historia y a sus personajes. Para Melville el amor y el deseo no triunfan sobre el deber o las ideas. O lo que es lo mismo, Melville es, en ese sentido, un puritano.
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