
Jerzy Skolimowski, ese notable y hasta mítico realizador polaco, que estuvo muy relacionado a los inicios de Polanski, por ejemplo, puso a rodar la cámara tras un burro gris e imaginó una travesía cualquiera. No hay que aclarar que el jumento podría ser cualquiera de nosotros, claro.
«Eo» (2022), que acaba de ganar el festival de Cannes, es una pieza para espíritus sensibles que atisban la verdadera poesía dentro de los contornos de la vida común y no en el ejercicio forzado de intentar acumular palabras presuntamente sabias en un papel cualquiera. Podría parecer, incluso, que Skolimovsky lucha contra la tentación de abusar de la belleza gráfica. Y no erramos. Hay una historia cierta que puede palparse en cada toma y que, a medida que avanza el metraje, se hace más clara y más concisa.
Eo es el espejo de nosotros, la mirada acrítica y circunstancial de la naturaleza de la vida, implacable en sus designios y pasares. Desde esta perspectiva es que el filme de Skolimovsky, un ejercicio de añoranzas y recuerdos, adquiere un real significado. Y es que la muerte y el dolor encierran en sí mismos la belleza de una vida cualquiera. Es ley natural.
La mirada triste de Eo es la misma de Regis, que sufrió Dios sabe dónde los avatares y la furia de la vida, que es la peor de todas. Eo es un Forrest Gump eslavo que no trasciende época alguna y que en vez de tropezarse al azar con lo más relevante de la historia, suspira entre aconteceres y miserias cotidianas. Eo es un burro hermoso, azul, cuasi Platero pero más Eeyore. Su tristeza es innata
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