
Este fin de semana tuve algo de tiempo para mirar el Chevron Championship de la LPGA que terminó ganando brillantemente Lilia Vu en un play off de desempate contra Angel Yi en el The Club at Carlton Woods y créanme, señores, fue como atisbar la macabra danza final del bufón, ya sin gracia, que intenta entretener al verdugo para salvar su cuello.
El gigante petrolero (con su desesperado nickname de “the human energy company”) organizó todo a la usanza del nuevo mundo en que vivimos, con el fantasma omnisciente del wokismo merodeando en cada esquina. Los comerciales sólo hablaban de la inclusividad a toda costa, de la compasión forzada y mandatoria, del mundo verde que construiremos a un cortísimo plazo…
Chevron, amigos míos, como el resto de las industrias petroleras y muchísimos otros negocios surgidos a la sombra de un capitalismo medianamente verdadero que floreció a lo largo de un par de siglos, tienen sus días contados. Son dinosaurios arcaicos que no caben en la utopía venidera planificada minuciosamente por quienes en realidad rigen los destinos de los hombres desde esas alturas inconmensurables que no somos capaces, en nuestra pequeñez de humanos pigmeos e insignificantes, de atisbar en su enorme complejidad.
Chevron, es cierto, no fue más este fin de semana que el pobre pujón condenado a muerte que, como perro faldero, huele el trasero de su amo y lame las botas del emperador de turno, sólo para morir descabezado en la guillotina que le aguarda como destino inevitable.
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