3111

La cinta noruega Narvik, más allá de sus posibles miserias y bonanzas, trasmite una verdad irrefutable aunque impopular: las heroicidades patrias en pos de una victoria militar, el auto sacrificio incólume y sacro, son absurdos inútiles. El único heroismo relevante es aquel que puedes hacer (y haces) por tu familia y por tus hijos. Asesinar aún si fuera pertinente. Y es que la historia de la humanidad no es más que la de la inmolación épica y trascendente por los seres queridos. Políticos y banderas son la fascia despreciable de la ecuación.

3098

Echándome una entrevista en alguna escuela de cine de Toronto al ya difunto George A. Romero a propósito de su mítica Night of the Living Dead (1968), el realizador aclaraba que toda la connotación de reivindicación racial que se le había dado al filme, a punto de partida de una crítica inicial muy favorable de Cahiers du Cinéma, era simplemente errada. El guión que él mismo escribió a cuatro manos junto a James Russo trataba sobre personajes caucásicos. El hecho de que el papel principal fuera luego a manos de Duane Jones se debió simplemente a que el nativo de New York fue el mejor actor disponible a mano. Es decir, la historia no fue escrita para un personaje negro. Y Romero remató afirmando que en realidad el filme trataba sobre la ruptura de la familia tradicional que ya desde aquellos tiempos asomaba su rostro en la vida diaria de la Unión.

Boom!

3097

Anoche puse por Amazon Prime una peliculilla extremadamente divertida y de la cual se han rodado algunas versiones más modernas, “House on Haunted Hill” (1959), que a pesar de haber sido promocionada durante toda su larga vida (tiene la misma edad del castrismo “triunfante”, por lo que se me antoja como una pieza “matusalénica”, inacabable, milenaria) como una obra emblemática de horror, lo cierto es que al igual que el hijo de Dios, se encuentra a la diestra del padre creador, es decir, Hitchcock. Las malas lenguas, incluso, afirman que la obra del siempre esforzado William Castle sirvió como referente inspiracional para la génesis y paritorio de “Psicosis”, aquella “obrilla” maestra que partiría al siglo XX en dos.

“House on Haunted Hill” está repleta de triquiñuelas sorpresivas, de intenciones torcidas y malignas y de seres grisáceos y cobardes que, bajo la égida de una probablemente falsa historia de fantasmas, se vigilan y se matan entre sí, como para dejar sentada la misma máxima de Robert Kirkman de que nada es peor (o mejor) que el propio ser humano. Todo muy hitchkoniano, por supuesto. Pero la duda sembrada por Castle acerca de la verdadera naturaleza del mal en los contornos de la mansión “embrujada”, ese hálito cuasi imperceptible de materialismo existencial, es el que convierte a “Haunted…” en una notable pieza de cinematografía artesanal.

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Montgomery Clift fue una de las cuatro patas de la mesa. Marlon Brandon, James Dean y Paul Newman las otras. Clift, de final trágico tras una vida de pesadumbres y dolores, iluminó con su talento, adquirido en parte en el Actors Studio de Lee Strasberg y Elia Kazan, el filme A Place In The Sun (1951), una pieza que en su momento llegó a ser considerada como una obra monumental, pero que a la luz de estos tiempos ha perdido, quizás, algo de fuelle. La cinta dirigida por George Stevens es una aproximación algo engolada a la América dura de la post guerra. No obstante, se puede vislumbrar, más allá del melodrama exacerbado en ocasiones, un genuino hálito de tristeza y de dolor.

La adaptación de la novela de Theodore Dreiser, enmarcada en los rígidos patrones del clasisismo vivencial de la América dorada, explora temas sociales desde una óptica policiaca. Es decir, es una historia de crimen, como casi todas las grandes obras. La mano de Stevens, en ese sentido, es férrea y comedida y logra una segunda mitad sólida y bien armada. La hermosa Elizabeth Taylor es el complemento ideal a la figura de Montgomery. Fuera de ello, el filme no puede desprenderse de ese tufillo a naftalina tan típico de los baúles antiguos y de los trastos viejos. Y es que A Place In The Sun es eso, un testimonio exacto de los tiempos ya pasados, un espíritu pretérito y arcaico de una vida más plácida y mejor.

3037

PLUG A TIERRA

Dice Paul Auster que “el mundo en el que hemos estado viviendo es bastante malo”, que “la forma en que vivimos se está desmoronando” y que “las estructuras internacionales en las que vivimos no están funcionando”. Solo un mago sería capaz de encontrar un paralelismo creíble entre las maneras de pensar de Paul Auster y Rafael Piñeiro-López; pero si algo acerca a ambos escritores es una suerte de noción escatológica, según la cual la sociedad contemporánea se estaría yendo literalmente a la mierda.

Puede sonar apocalíptico, pero la lectura de estos comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura no deja lugar a la improvisación exegética, y no sé para Auster, pero para Piñeiro-López el rumbo que lleva la Humanidad no sigue los derroteros ideológicos, políticos y socioeconómicos que hemos transitado hasta hoy durante siglos. Su perspectiva de la realidad no es causa, sino consecuencia, y tal vez no habría mejor pretexto que la crítica –de cine, de televisión, de lo que sea– para justificar su presentación al gran público (si todavía existe un gran público).

En vez de hacer un inventario de catástrofes, yo debería comentar estas viñetas, que son fruto de una especial predilección por la realización audiovisual como medio expresivo, aunque probablemente nunca persiguieron el propósito de un libro. Tampoco dispuesto a engavetarlas, su autor las publicó de manera eventual en las omnipresentes plataformas virtuales: ese estandarte comunicativo de la contemporaneidad que nos convierte en avatares de nosotros mismos, a la espera de un like que nos valide ante la masa.

Ya lo dije: debería comentar, pero son notas sobre cine y televisión, y ni siquiera he visto la mayoría de las películas y series que en este volumen se reseñan. La única alternativa que me queda es decir la verdad: este es un libro de ficción, no de crítica, y mucho menos de ensayo. Lo que hace el autor es novelar lo que ha visto en la pantalla –grande o chica–, y transformar esa visualidad en literatura viva, pletórica de anécdotas y emociones. Por eso es un libro para el disfrute, no para la academia o el estudio sistemático de un tema que ya tiene demasiados exégetas.

Aquí hay de todo lo que podemos haber visto o dejado de ver en las últimas décadas. Piñeiro-López hinca el bisturí con precisión milimétrica –recordemos que además es médico–, mas no para diseccionar el filme de turno como si fuera un cadáver estético, y él un forense de la imagen, sino para identificar ciertas claves que no siempre son evidentes al espectador, pero que hacen fluir la pieza con una especie de “corriente subterránea de sentido” (como diría un maestro de técnicas narrativas) en una dirección muchas veces insospechada.

Dicho lo anterior, leer Fuera De Este Mundo conlleva dos innegables ventajas. Una: la invitación explícita a ver o no ver la pieza reseñada en cada caso, sin perjuicio de que el espectador termine por disentir y formarse una opinión diametralmente opuesta a la del autor del texto. Dos: la invitación implícita a pensar con la cabeza fría en algunas de nuestras pequeñas (y grandes) tragedias cotidianas, para las que no parece haber lugar en los medios de comunicación dominantes, tal vez porque ellos reflejan las corrientes de pensamiento dominantes, y a un pensador por cuenta propia como Piñeiro-López se le hace difícil asimilar esos códigos. Fuera De Este Mundo es por eso un libro fuera de este mundo, y tal vez en ello radique su importancia mayor. Si esperas hallar en él la recomendación simplona del experto que escribe en los periódicos o habla en la televisión, no sigas leyendo.

Hay varias locuras aquí. La primera de todas, armar un artefacto con cientos de páginas, sin dividir sus contenidos en partes menores, o agruparlos según el hilo conductor que los propios temas sugieren. Alguien escribió una vez que organizar un libro de poemas era como querer ordenar el bosque. A Rafael Piñeiro y a sus editores debió ocurrirle lo mismo, cuando se sentaron por primera vez frente a toda una montaña de papeles (lo de papeles es un eufemismo, ya se sabe que hablamos de páginas virtuales).

El resultado es esta especie de diario cinematográfico, donde el lector puede enterarse de lo que ocurre en pantalla, pero también atisbar en la espiritualidad del autor, intuir sus estados de ánimo, su experiencia de vida, que a fin de cuentas no es sino enfrentarse al “horror de los espejos” de que hablaba Borges, y “no solo ante el cristal impenetrable”, sino ante ese “imposible espacio de reflejos” donde la conciencia individual –imprescindible a la redención humana– asume su más auténtico rol protagónico.

No menos loco es llevar al papel unos textos irregulares nacidos mediante parto natural en el ciberespacio. ¿Fueron pensados frente a un ordenador, o tecleados de manera directa en un teléfono inteligente? Quizá no lo sabremos nunca. Se juntan aquí viñetas ligeras y breves –incluso muy breves–, y textos más extensos, articulados desde una especulación filosófica evidente. Pero ¿acaso no son fruto de una era en movimiento, sin asideros visibles, donde los marcos teóricos se difuminan y no alcanzan a explicar los desafíos que plantea la posmodernidad? ¿No serán estos intentos el boceto futurista de una crítica mucho más terrenal y menos desabrida? La respuesta, como es de rigor, está en el viento.

Para Bazin el cine es fotografía y temporalidad: la imagen revela una realidad anterior y muere en ella. En cambio, Deleuze rechaza la sumisión del concepto a la imagen cinematográfica. Por su parte, a Piñeiro lo guía un interés genuino en la subjetividad del género: “Lo más importante que debe encontrarse en una pieza cinematográfica cualquiera, es una historia sólida que traiga consigo momentos memorables. Si una determinada obra logra quitarte el aliento y emocionarte hasta el dolor, entonces ha valido la pena”. Ha comprendido que no puede el lenguaje en sí mismo asegurar la trascendencia, como no logra sensibilizar a casi nadie un relato mal contado. En esa cuerda vibra también su prosa, de muy variados registros, pero siempre capaz de asumir con plasticidad asombrosa el tono de la producción juzgada (porque toda crítica es y deber ser, ante todo, juicio de valor).

Vivimos en tiempos de posverdad, y sería poco menos que ridículo postular enunciados concluyentes. Lo que algunos ponderan como sociedad idílica, para otros no pasa de ser una señal inequívoca de decadencia. El mundo contemporáneo libra una batalla campal de la que apenas llega el fragor. Como vislumbró Foucault, el Poder real se materializa en estrategias de control, y ya no tiene que ver con la soberanía de las naciones, sino con la codificación de la Verdad y su imposición a sectores definidos de población. Esas relaciones subyacen en todo –o en casi todo– el contenido audiovisual del que se ocupan los circuitos de estreno y las inefables plataformas de streaming (llámense Netfllix, Hulu, Amazon Prime).

En esa misma medida, la crítica piñeriana elude, ¿de manera intencional?, toda subordinación al canon, consciente de que asumir el mismo constituye la aceptación tácita de un modelo excluyente desde la raíz, aunque favorecido por el status quo, en su intento de preservar una normatividad cultural que lo sostiene y legitima. Piñeiro no disimula la estocada: apunta al corazón del oponente, sin remilgos buenistas, y mientras Vanity Fair glorifica a un Joel Schumacher como “el director que mejor domó a las estrellas de cine de los 90”, o como “el artesano perfecto al que los grandes estudios siempre recurrían”, él lo describe como un realizador con “la sensibilidad de un dinosaurio extinto” y nunca como “un narrador sagaz”. Sin embargo, no sería justo confundir su criterio audaz con la festinada exaltación de “lo marginal” por lo marginal, o con un exilio institucional irreverente, pero a la vez naíf. ¿Qué es entonces? ¿Un outsider? Un estudio publicado en la prestigiosa Harvard Business Review señala, y cito: “que la probabilidad de éxito creativo es más alta en cierta zona fronteriza entre el centro y la periferia”, porque “el acceso al centro provee legitimidad, mientras la exposición a la periferia proporciona novedad, y esa combinación de legitimidad y novedad siempre genera un impacto”. Si alguna vez Rafael Piñeiro pone mira en esa especie de multiculturalidad prefabricada que nos venden desde determinados círculos –y que nada tiene que ver con la auténtica cultura de los pueblos–, lo hace con ojo panóptico y nunca periférico. Tal vez en ello estriba la razón de su “éxito creativo”.

Fuera De Este Mundo no es un llamado a la evasión existencial, aunque el título en sí mismo revela una postura ideoestética consecuente con el autor. No hay aislamiento intelectual, sino voz antinómica que apuesta por la singularidad en un planeta cada vez más plural e inclusivo, pero también más reduccionista. Sirva este plug a tierra para introducir esa voz contundente, y sirvan estos comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura para entender esos complejos procesos, porque son mucho más que simples comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura.

Leopoldo Luis García (Prólogo escrito para mi libro «Fuera De Etse MundoÑ Comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura»)

Miami, verano de 2022

3033

El destacado crítico cinematográfico Roberto Madrigal ha escrito sobre “Fuera De Este Mundo”:

“Incalificable

Roberto Madrigal

Rafael Piñeiro López subtitula, modestamente, su libro Fuera de este mundo como “Comentarios sobre cine, televisión, sociedad y cultura”. Lo que sucede es que este texto es eso, pero también mucho más. Comentarios, críticas, reseñas, observaciones, ninguna de estas clasificaciones es capaz de definir el alcance de esta obra.

A través de la observación de filmes, seriales, documentales y sus directores, el autor fija una agudísima mirada que lo lleva a recuerdos de su infancia, análisis políticos, así como a reflexiones sobre las artes audiovisuales y la literatura, que concluyen en un total que rebasa quizá las intenciones del autor.

Con filo quirúrgico, no hay que olvidar que el autor es también médico, va extrayendo capas de significados que se pueden leer entre imágenes de las obras que analiza, pero que escapan a la mirada superficial, o al enfoque rígido del especialista o del académico. PiÑeiro López va mucho más allá porque no se limita a una visión, sino que deja que su ojo recorra fluido los contenidos y les extraiga lo que quizá ni los propios artistas pudieron ver o quisieron decir.

Sus textos, que puede ser epigramáticos o profundamente reflexivos, son todos, sin excepción, provocaciones, retos a mirar la realidad con lente abierto. No hay que estar de acuerdo con lo que dice, porque lo mejor de este libro es que uno termina disfrutando más el texto mismo de PiÑeiro López, que las obras sobre las cuales desata su imaginación.

Dichosos los que hoy puedan adquirir y gozar de este regalo del autor”.

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Angel Velázquez Callejas sobre mi libro «Fuera De Este Mundo»:

Una relectura sosegada del libro Fuera de este mundo, en el cual se reseñan una variedad de filmes con diversas facturas estéticas, resumen para el autor un fin común: la violencia como pasado, presente y futuro de este mundo. La violencia como conformador cuasi natural del tejido social y cultural de este mundo, en donde todos los sujetos existentes se ven obligado a navegar en el fluir de la violencia. Quizás el título que lleva este libro, Fuera de este mundo, constituya un guiño de la epojé trascendental para ser humano. Desde una retirada, una huida de este mundo se podría captar en su esencialidad antropológica. ¿Qué pasará con el futuro del arte cinematográfico? No voy a detallar ni el contexto ni el contenido de cada una de las películas cuyas estéticas expresan estar dentro del bullir de la caldera ardiente de la violencia. Me limitaré a la visión abstracta, al resumen y la síntesis.

En el caso de este autor, de profesión médica, ha preferido huir de la violencia, que participar en ella. Es un estado de animo que lo alcanza y lo sobrepasa. Desde un lugar, a partado y fuera de este mundo, ha creido plausible tratar la critica cinematográfica para dejanos saber que toda la historia de la humanidad es la historia de la violencia. Me refire a las películas de acción, mediante la cuales el autor lanza una mirada sobre la violencia.

Para referirnos a la violencia no podemos por menos de decir unas cuantas cosas sobre el hombre como antiguo corredor y antiguo lanzador de objetos. No se trata de nada nuevo: quien lea este libro, siempre se arriesga a recibir una lección antropológica, y quien es aficionado al cine de acción, se encuentra cerca de la paleoantropología, porque la acción nos proporciona la clave largamente extrañada de la transición del mono al hombre.

La cultura popular actual escenifica una regresión desde el drama a la acción: el lugar de los conflictos interpersonales del tipo representado en la alta cultura lo ocupa ahora todo un frente de secuencias interbestiales o intermecánicas de acción que a primera vista nada parecen tener en común con la dimensión humanamente formadora de la cultura dramática y narrativa tanto europea como oriental. Y hasta qué punto también en estas escenas de acción hay cierta dimensión formadora, aunque no en el sentido de una humanización sino de una hominización.

Lo que la Historia académica estudia bajo el epígrafe de Prehistoria es, de hecho, lo contrario de lo que los libros de texto presentan: un mundo aparentemente ayuno de acontecimientos en el que aburridas poblaciones de cazadores y recolectores vegetaron durante cientos de miles de años en una existencia insulsa hasta que aparecieron guerreros, reyes y escribas que desataron la Historia. En realidad, el larguísimo periodo de la llamada Prehistoria está lleno hasta los bordes de un acontecer

cuyo dramatismo supera todos los dramas escritos. Este acontecer es el de la hominización original.

Durante millones de años, un único y gigantesco acontecimiento, un proceso titánico cuya violencia y tensión ensombrece todo lo que sucedió después, excepto quizá la invención del fuego nuclear. ¿Quién no reconocería que esto es un desafío a la historiografía? Si hojeamos los libros de los paleontólogos, a la mayoría de los lectores nos sobreviene un malestar. El desganado escarbar de los especialistas en los restos óseos de los prosimios africanos y chinos no está a la altura de su objeto de estudio si concedemos que la llamada Prehistoria, necesariamente entraña el hecho más impresionante, el acontecimiento de los acontecimientos, la inmensa catástrofe de la que provenimos.

Así las cosas, el moderno cine de acción auscultado por Rafael es una especie de escritura experimental de la Protohistoria que emplea los medios técnicos cinematográficos más avanzados para incidir en los secretos arqueológicos de la humanidad. El cine de acción que Pineiro atestigua saca a la luz un aspecto de la verdad sobre el acontecimiento inaugural que creó la humanidad y que podríamos titularlo como la secesión de las hordas humanas de la vieja naturaleza.

Los dos elementos universales del cine de acción que Rafael describe -correr y disparar- aparecen generalmente ligados a secuencias que los cineastas llaman «persecuciones». No muy diferente fue el gran acontecimiento de la Prehistoria que dio origen al Homo sapiens como el animal corredor cuyas piernas miden dos quintos de su estatura y que se convirtió en el ser humano porque sobrevivió a las persecuciones.

Para ello fue necesario que los primeros humanos se transformarán de fugitivos en contra atacantes -arrojando piedras y blandiendo palos. La unidad de ambos gestos, el de correr para escapar y luego volverse y lanzar proyectiles al atacante, es el modelo de acción más antiguo de la humanidad; es realmente el patrón que hizo avanzar la hominización y permitió la formación de un medio ambiente grupal específicamente humano.

La singular combinación de la capacidad de correr y lanzar proyectiles creó un anillo invisible alrededor de los que poseían estas competencias especiales, distanciándolos del resto de la naturaleza, que desde entonces ya no podía forzar a los seres humanos a adaptarse al entorno simplemente por medio de su cuerpo.

En el interior de este anillo invisible, la cabeza humana se hizo notablemente grande, la piel notablemente fina, las mujeres notablemente bellas, la sexualidad notablemente crónica y los niños notablemente infantiles.

Las viejas hordas sapiens eran islas flotantes o, mejor aún, volantes- en las que la naturaleza se permitió el experimento de una evolución exuberante con consecuencias para el «mundo». Al conseguir los humanos, evitar la presión directa de animales competidores corriendo delante de ellos, arrojándoles piedras o golpeándolos, la humanidad se distinguió como la especie que levantaba la cabeza, miraba el campo abierto y se mantenía despierta. La conducta teorética apareció en el hombre muy temprano, hasta cierto punto fruto del exceso de vigilancia, que abrió los ojos del animal atento Homo sapiens a campos exuberantes y silenciosos.

Desde esta perspectiva se explica el tercer aspecto universal del cine de acción: la espera, la tranquilidad, el baño de calma del protagonista antes del ataque, los pequeños movimientos de los criminales en la escena donde nada ocurre porque está preñada de acontecimientos inminentes.

El cineasta que lleva todo esto a la pantalla no está promoviendo a priori la brutalidad, como asegura la crítica cultural, ni tampoco especulando siempre con los infalibles instintos más vulgares de sus semejantes. Es ante todo y de hecho un explorador de la Prehistoria que lanza unas sondas al campo de la hominización para descubrir y descubrirnos el contenido real de la formación del hombre prehistórico. La película de acción explora, según creo ver en los análisis de Rafael, el nunca del todo olvidado límite de conflicto donde se decide la supervivencia o la aniquilación de las hordas y hoy de la humanidad.

3003

A los cinéfilos que estén subscritos a Amazon Prime les recomiendo una película de mitad de los cincuenta dirigida por el maestro Joseph L. Mankiewicz que se llama Guys And Dolls y que tiene en su roster a un Marlon Brando en el pináculo de su carrera, a Frank Sinatra, Jean Simmons y Vivian Blaine. Es un musical colorido, simpático, ligero… un fiel reflejo de la maravillosa década de los cincuenta. Y posee varias curiosidades: la enemistad entre los dos actores protagónicos, la negativa de Mankiewicz de contratar a Marylin Monroe para el rol de la Blaine, el hecho de que las escenas en “La Habana” fueran filmadas en una falsa ciudad de cartón (aunque Brando pasaría por Cuba en una muy promocionada visita)… El filme es una adaptación de una obra de teatro escrita por Jo Swerling, la misma que adaptaría a su vez una novela de Ben Ames William para el filme de John Stahl “Leave Her To Heaven” del cual les hablé hace muy poco en el ensayito sobre cine noir atípico que se publicó en Ego de Kaska. La cinta es buena y entretenida y cuenta con un ramillete de muy buenas canciones. Si tienes tiempo, échale un vistazo. Será rato bien empleado.

3000

He escrito un lbro sobre, básicamente, Cine. Pero cuando hablas sobre una manifestación artística tan amplia como la cinematografía, que se nutre de cualquier aspecto de la vida, entonces es inevitable hablar también sobre literatura, sociedad y cultura. Y casi sobre cualquier cosa. Estos textos, cercanos a las 400 páginas, indagan sobre muchos temas desde una perspectiva totalmente ajena a la crítica tradicional (de nuestros compatriotas). Afortunadamento quienes han estado a cargo de todo el andamiaje de la producción del libro han sido Angel Velzquez Callejas, director de Ego de Kaska, y el formidable Roger Castillejo Olán, editor de Exodus que a pesar de estar vacacionando en Francia, se encargó de estos menesteres con una voluntad envidiable. También he tenido la suerte de que el narrador Leopoldo Luis García se haya dignado a escribir un prólogo soberbio y que el propio Angel me haya obsequiado un formidable epílogo. Espero, por lo tanto, que disfruten estos textos y me hagan saber si les parecieron interesantes.

2097

Qué sentido tiene cualquier crítica cinematográfica donde la mitad del texto o más se compone de un relato del filme, hecho casi siempre de forma burda y llana, a la usanza de un chisme de estación, por el escribidor de marras? Qué sentido el de disfrazarse de un falso psiquiatra de pacotilla y colocar a la película en el diván del escrutinador para llegar a conclusiones de pseudo psicología? Eso, amigos míos, es lo que abunda en el 99 por ciento de la crítica que se ha ejercido y se sigue ejerciendo allá afuera, desde compatriotas a extranjeros. Y la reseña cinematográfica es sólo un ejemplo del resto que nos rodea. Navegamos en aguas donde la mediocridad es la norma.

2095

A propósito de Padura, estoy escribiendo una reseñita sobre cine noir hollywoodense, específicamente sobre unos cuantos filmes que a pesar de ser considerados ”cine negro”, rompieron de una forma u otra con el legado estético y argumental del movimiento. Tendré que remitirme, por supuesto, a los ídolos de mi adolescencia Raymond Chandler, Dashiell Hammett y James Mallahan Cain. De ahí la mención a nuestro pálido Padura. Ah, también estoy a punto de terminar algo sobre una obra maestra de la cinematografía soviética de la posguerra, “Balada De Un Soldado”. ¿Que no la han visto? ¡Imperdonable error! ¡Échenle, si pueden, un vistazo lo antes posible!

2094

Por regla general la crítica cinematográfica suele ser academicista en extremo. Eso, o farandulera. Y últimamente panfletaria. La muerte de las ideologías tradicionales ha traído consigo el paritorio de una nueva cultura: la de la propaganda del nuevo poder que se construye. En el caso de la crítica literaria es diferente. Encuentras cualquier cosa, por supuesto, pero hay ciertas vacas sagradas que pueden ensalzar o hundir la “carrera” de cualquiera. Poniendo esto en contexto y volviendo al otro lado, yo no sería capaz de enviarle un manuscrito al propio Roger Ebert si resucitara y vanagloriarme cuando me respondiera diciéndome que mis reseñas son una mierda, que tienen erratas y repeticiones y nada más! Hay que ser muy tonto, y yo puedo pecar casi de cualquier cosa menos de zanaco. (El caso, en realidad, me da pena)

Bueno, como les decía, la crítica cinematográfica suele ser academicista en extremo…

2082

“Todos somos muy extraños, solo que algunos de nosotros lo ocultamos mejor”.

Si bien “Ferris Bueller’s Day Off” puede ser considerada la obra maestra de John Hughes, sin duda alguna “The Breakfast Club” (1985) fue su pieza más ambiciosa. Estructurada en torno a un formato puramente teatral, el filme es un intento seriecísimo por profundizar en el alma de los adolescentes de la década de los ochenta a través de un trabajo estrictamente oral, por lo que el guión, los diálogos y las actuaciones sostienen el peso dramatúrgico principal durante todo el recorrido del metraje.

Hughes, trabajando sobre ciertos estereotipos que luego serían replicados e imitados una y otra vez por otras películas y por otros guionistas y directores, entregaría con una simpleza apabullante la tesis final y definitiva de lo que significaba ser un pre adulto en aquellos tiempos donde la incertidumbre y la certeza eran más predecibles y comunes.

Un sábado de marzo de 1984 cinco estudiantes de la Shermer High School son citados para cumplir una detención (o castigo) bajo la supervisión del subdirector Richard Vernon, personaje secundario pero importantísimo porque establece el contrapunteo generacional tan importante para el discurso que Hughes enarbola en la cinta.

Los cinco estudiantes, hoy célebres arquetipos de cada grupo social que pueda imaginarse, terminan demostrándose a sí mismos que las diferencias son similitudes, y viceversa, porque cada compendio humano está hecho de infinidad de retazos compuestos por memorias, experiencias, anhelos y falencias que en algún momento inevitable terminarán por coincidir o alejarse o explosionar o aletargarse, incluso. Hughes sabe que la vida es compleja y dota a sus personajes de ese dolor implícito (y de la alegría) que significa respirar y sufrir, amar y reír.

No recuerdo otra cinta sobre adolescentes (si acaso aquella mítica “Rebel Without a Cause” de Ray y Dean o las adaptaciones de Coppola de las novelas de S. E. Hinton) que posea la profundidad de esta imperfecta pero entrañable pieza ochentera de Hughes, ese realizador que entre 1984 y 1987 remeció al mundillo cinematográfico norteamericano con sus historias simples pero inolvidables de perdedores que se redimen a una edad en la que aún no son mujeres ni hombres.

De hecho, la grandeza de Hughes reside precisamente en convertir a su obra en una especie de argumento referencial de una época entrañable que suele ser añorada y venerada cada vez con más fuerza a medida que arriban estos nuevos tiempos. The Breakfast Club es parte principalísima de la leyenda y por ello, pieza esencial en el engranaje de todas nuestras nostalgias. Démosle las gracias a Hughes por ello.

2065

“Top Gun: Maverick” es una hija putativa del trumpismo. Joseph Kosinski reescribió un viejo guión en el 2017 que había caído en el olvido tras el suicidio de Tony Scott y cinco años después remecería al mundo (y a los progres) con una historia testosterónica y simple donde apenas si hay lugar para la corrección y la comemierduría tan típica de estos tiempos. Es decir, basta que una obra cualquiera se abstenga de poner sobre el tapete los tópicos que hoy interesan a las elites que mesiánicamente imaginan un futuro “perfecto” para que califiquen inmediatamente como obras cuestionadoras del poder.

“Top Gun: Maverick” es, esencialmente, un ejercicio nostálgico que nos recuerda cuán fabuloso fue cualquier tiempo pasado. Desde el arranque de la pieza, cuando el tema original de Kenny Loggins resuena en el teatro, la era reaganistica se hace carne y alma en el imaginario personal. Es puro entretenimiento donde una cuota de nacionalismo perdido florece entre la mierda más atroz y donde las ideologías no tienen peso, tal y como siempre debiera ser. Pero hoy en día no pronunciarse es, ya de por sí, una clara declaración de intereses.

Kosinski a lo largo de su obra ha sido una especie de ingenuo propagador del concepto del moribundo excepcionalismo norteamericano. “Oblivion” y “Only the Brave” navegan esa cuerda. Su Top Gun es la apoteosis. El capitán Pete Mitchell, un rebelde ‘con/sin causa’, es llamado a entrenar a un grupo de pilotos de elite que han sido escogidos para desarrollar una misión imposible en territorio enemigo, oportunidad ideal para enfrentarse a sus fantasmas del pasado y renacer, dentro de lo posible, como un hombre mejor. El wokismo está, no hay que decirlo, desterrado de la historia, aunque siempre hay espacio para la “inclusividad”: la única mujer de la cofradía, el latino y el negro son los elegidos por la mano de Dios para salir triunfantes y poner el nombre de una América que ya no existe en el pináculo del orgullo nacionalista; utópico pero estimable. Y es que si a las compañías cinematográficas les interesara en realidad ganar billetes dirigirían gran parte de su producción hacia esa masa desencantada y ávida de la incorrección política (que no es más que la corrección de siempre, o de antes si se prefiere) que llenaría sin lugar a dudas las salas para rendir pleitesía a cualquier ejercicio que se desentienda del agobiante status quo que parece regirlo todo.

Por ahora “Top Gun: Maverick” es un pequeño ejemplo de cuán exitoso se puede ser al renegar del discurso imperante. Aunque la gran pregunta que nos hacemos todos es… ¿hasta cuándo se podrá? ¿Hasta cuándo lo permitirán? Y la respuesta es sumamente simple: hasta que ellos quieran.

2050

Top Gun (1986) es básicamente un filme sobre la amistad. De un espíritu reaganista notable, la pieza de Tony Scott no solo fue una plataforma para vender a Tom Cruise como el símbolo sexual superlativo de la década de los ochenta sino también para apuntalar el discurso del excepcionalismo norteamericano como un concepto básico cultural y político de la época.

En aquel entonces el debutante Jim Cash y el muy poco experimentado Jack Epps, inspirados por un artículo de Ehud Yonay en alguna revista, escribieron un guión a cuatro manos que el productor Jerry Bruckheimer, un republicano conservador, avalaría y financiaría sin remilgos.

El resultado es un ejercicio estético precursor del resto de las obras venideras de Scott, donde la música pop, una edición agilísima y caracteres notablemente alfas son el sostén principal de la historia. Como anécdota curiosa, recalcar que Mathew Modine rechazaría el personaje principal de Maverick por considerar que el filme era pro bélico (lo que significa que en realidad era pro norteamericano, algo inadmisible desde aquel entonces para muchos integrantes del show business), al igual que Bryan Adams negándose a cantar uno de los temas principales de la banda sonora por idéntica razón. Que Cruise y Kenny Logins hayan suplido tal desaire es algo que agradeceremos, los amantes del buen cine, hasta la eternidad.

2047

El último filme que miró mi viejo, moribundo ya, fue el “Goodfellas” de Scorsese. No pudo, atosigado por el fantasma de la muerte, disfrutarlo como disfrutaba todo. Casualmente mi padre no recordaba haberlo visto y le propuse hacerlo para aliviar ese tramo final que yo sabía (y él intuía) que se acercaba sin sigilos. Ray Liotta, estaba allí riendo a carcajadas con Joe Pesci… ¡y el mundo que se le gastaba al viejo!

Hoy se ha muerto, sin embargo, Liotta. Sobrevivió a mi padre la escasa cantidad de 15 meses. Quizás falleció, entre otras cosas, por el dolor de saber que mi viejo no pudo atesorar, en sus recuerdos finales, la grandeza de aquella historia amarga de asesinos y ladrones que no intentaban redimirse. Y es que la vida, al final, se trata de prioridades. Este lunes pasado vi por GQ a Liotta hablando sobre su espléndida carrera. Lucía árido y sobrio. Y humilde y serio. Lo despedí sin saberlo, unas 60 horas antes de que siguiera la misma senda que todos desandaremos algún día.

Aunque comenzó su carrera en los ochenta (recuerdo haberlo visto por primera vez en “Something Wild” haciendo de un exconvicto psicópata que atormentaba a Melanie Griffith y a Jeff Daniels) lo cierto es que Liotta es un distinguido miembro de la generación de los noventa, década en la que nos legó sus dos papeles, para mí, más memorables: Goodfellas, del maestro Scorsese que lo lanzó a la fama y le granjeó un inmenso éxito que jamás volvería a repetir, y “Cop Land”, la muy menospreciada pieza de James Mangold donde interpreta a un policía corrupto que se burla y abusa del bonachón y entrado en carnes Stallone.

Liotta fue un actor soberbio y de carácter que no tuvo, increíblemente, el reconocimiento que merecía. Aun así, y pésele a quien le pese, su Henry Hill quedará en la historia del arte como uno de los caracteres más poderosos, humanos y reales que se hayan visto alguna vez. Von Voyage, maestro!

2025

Viendo en Hulu “Back in Time”, un documental acerca de la trilogía genial de Bob Zemeckis “Back to the Future”, me percato, en pleno estado de conciencia, que la segunda parte se adelantó con exactitud milimétrica al porvenir que es hoy. Hace tiempo que no veo esa pieza y no tenia, por lo tanto, punto de comparación alguno. Ahora estoy asombrado; asombrado por partida doble: por el carácter profético del filme y por el hecho de que nadie le dé el crédito que se merece en tal sentido.

2024

El amigo Leyser Martinez me recomendó Metal Lords (2022), un filme estrenado por Netflix que nos cuenta la historia de un par de muchachos de high school que quieren armar una banda de metal para participar en una competencia musical de la escuela, pero también para “batallar junto a los dioses e ir al infierno (de ser necesario) y regresar” a la usanza del Ulises de Itaca.

La pieza es un grito de nostalgia ideado por D.B Weiss, uno de los inventores de aquel exitazo que fue Game of Thrones, y que juega con el imaginario estético y estructural de las cintas ochenteras de John Hughes.

Se repiten ciertos esquemas narrativos y ciertos posicionamientos de los personajes, pero la frescura de no contener ningún discurso woke convierte automáticamente a Metal Lords en una cinta disfrutable, relajante y, sobre todo, en una entrañable y válida declaración de amor por aquellos otros tiempos en que aún la mediocridad absoluta no se atrevía a coparlo todo.

2018

La apoteosis “Bruce Lee” y su muy temprana desaparición dejó, como ya les había comentado antes, una secuela de imitadores incalculable. De hecho, se creó una especie de sub género al que se le llamo “bruceexplotation” y que ha parido hasta la fecha centenares de filmes. Hasta el propio Jackie Chan, en sus inicios, se montó en la rueda de la estela del Bruce al filmar una de las tantas secuelas de Fist of Fury, aunque no recuerdo exactamente a quién se vengaba en esta ocasión, pues si en la pieza original se luchaba por el honor de una escuela y la memoria de un maestro asesinado, en todo lo que vino después se vengaba o al propio Chen tras haber sido ejecutado por los japoneses en prisión, o a la muerte de una hermana, o de un padre de a una madre.

Los tres “dobles” más relevantes de la era post Bruce fueron Bruce Li, Bruce Le y Dragon Lee, éste último el más parecido pero el más mediocre según los que saben. A todo este caos de confusión añadan la ecuación de que en la Cuba ochentera la información era imposible y la mesa ya está servida para el más absoluto caos y anonadamiento acerca de la obra del real Lee.

En la foto, Dragon Lee, que se ganaba los frijoles engañando a los pobres niños aficionados del maestro.

Post data: Fist of Fury fue titulada en Canadá como The Chinese Conection, por lo que el fime fue traducido al español tanto como Puños de Furia, así como también como La Conexión China. Y cuando te tiraban el currículum de Lee muchas veces estas cintas aparecían dobles. De allí que mucha gente pensara que el chino había protagonizado al menos 6 o 8 películas de artes marciales cuando la realidad es que sólo filmó cuatro.

2017

El mito fundacional de Bruce Lee se sustenta en cuatro filmes, rodados todos entre 1971 y 1973. Tras haber interpretado un par de roles televisivos secundarios en los Estados Unidos, Lee regresó a Hong Kong para firmar contrato con Raymond Show y su productora Golden Harvest, poniéndose a las órdenes de Wei Lo en “Tang Shan Da Xiong” (The Big Boss) primero y luego en “Jing Wu Men” (Fist of Fury) donde dio vida a personajes que establecían el equilibrio moral a través de la venganza. Para la tercera pieza “Meng Long Guo Jiang” (The Way of The Dragon), Lee se hizo del control total de la producción y dirección del filme debido al gran éxito alcanzado con sus obras previas. La temática seguía (y seguiría) siendo exactamente la misma.

La occidentalización de su “triunfo” vino de la mano de “Enter The Dragon” donde Robert Clouse se encargaría de universalizar la figura icónica de Lee entre el público de Europa y los Estados Unidos, aunque ya antes “el Bruce” había dejado un proyecto inconcluso, titulado tentativamente “Game Of Death”, que sería posteriormente armado y remendado chapuceramente como una especie de Frankenstein oportunista, con material residual y escenas no oficiales, para lanzárselo a las masas tras la muerte de Lee y mantener el negocio de alguna forma vivo.

Bruce murió misteriosamente seis días antes de que Enter The Dragon fuera estrenada en las salas de cine y debido a lo fugaz del Lee victorioso del Jeet Kune Do y a la infinidad de imitadores que arribaron tras el vacío dejado por su ausencia, la confusión que se formó, por ejemplo, en la Cuba de mi niñez sobre la verdadera obra del peleador y actor chino-norteamericano, fue de espanto. A ello sumemos el hecho de que la inconclusa Game of Death jamás se vería en predios criollos y que una tal Game of Death 2, protagonizada por un artista marcial coreano muy parecido a Lee y que haría el papel de su hermano menor (un recorte de Lee de 5 minutos en pantalla añadió teorías grotescas y escabrosas a los muy pocos informados aficionados cubiches) se pasaría en los cines a bomba y platillo, atolondrando más a todos.

Mi afición por las películas de Bruce Lee era tal que dejé de asistir a la graduación de noveno grado porque esa noche (1984) pasaban en la tele Fist of Fury y no podía permitirme el lujo de no verla. Hoy, en homenaje a aquellos años de inocencia, he vuelto a repasarla. Y sigo pensando que es probablemente la mejor de las cintas que filmó el Bruce. Su ritmo es excelente, las peleas fabulosas y crueles y sangrientas, el final, ideal y exacto para un héroe trágico como el Chen Zhen de marras. No importa que no haya estado un Chuck Norris peleando en el Coliseo romano o la icónica secuela de un zarpazo en un torso desnudo para vender remeras. Las cosas son como son y nada supera al arte de una historia bien contada. Si acaso Wei Lo va a ser recordado por algunos por cosas como estas.