3122

Por estos días he leído en más de una ocasión que el poeta Heberto Padilla no tenía miedo. Y no es cierto. Padilla estaba literalmente cagado del miedo. Quizás cómo nosotros, ustedes, todos. El miedo, ese instinto natural del hombre, ha sido enarbolado por los totalitarismos, las autocracias y las democracias como arma de sometimiento y de castigo. El miedo físico de la tortura de la carne y el miedo irreal de los fantasmas de la psiquis. Todo miedo es válido, dirían aquellos que se ocupan de nuestra “bonanza” y de nuestra “seguridad”. Pero no hay diferencias entre aquel Heberto desvergonzado que delataba por los codos durante el episodio aciago de su auto inculpación y los otros que callamos ante la devastadora fuerza colectiva del “bien común”. La libertad real es una quimera, lo sabemos bien. Validar, como lo hacemos a diario, su farsa nos convierte en un ejército de Padillas furibundos. No somos héroes, como no lo fue el poeta, ni tampoco villanos. La miseria es un sine qua non de la existencia de todos. Dejemos la hipocresía a un lado.

3120

Y entonces… ¿fue el poeta Heberto Padilla nuestro Galileo Galilei? (“eppur si muove”).

Lo pregunto porque se ha revivido aquella narrativa de Reinaldo Arenas de que Padilla se habría burlado de sus represores (imitando el lenguaje y los gestos de Castro) durante su infausto ejercicio auto inculpatorio.

¿No será demasiada fantasía “patriótica” de nuestros compatriotas, siempre tan propensos a la pseudo heroicidad inclaudicable?

3108

La hipérbole criolla se manifiesta en todos los espacios de la vida, incluyendo el arte y la literatura, por supuesto. Es hora de dejarlo claro. Ni Virgilio es Solzhenitsyn ni Padura (mucho menos) es Richard Price. Aunque en términos reales Virgilio es más Solzhenitsyn que Padura, Price.

Lamentablemente la Cuba del último medio siglo ha gravitado, con una intransigencia brutal, entre la pseudocultura politizada del castrismo y el folklorismo antillano. De allí los dedazos redentores que señalan, con la implacabilidad que concierne al propio Dios, a los elegidos entre los elegidos. Toda una farsa, como son los asuntos de los hombres.

3102

La entelequia del castrismo también fue construida por la cultura militante, tal y como además acaeció en otros regímenes totalitarios. Dirigentes partidistas que planificaron y ejecutaron una política de la “cultura del pueblo” no hacían otra cosa que, bajo la propia y burda justificación del arte por el arte, validar y estructurar el horror. Muchos de esos “programadores ideológicos” moran por estos lares disfrazados de titanes de la tolerancia, de vetustos defensores de la democracia occidental. Y venden la imagen idílica de una cultura descontaminada (cuando todos sabemos la imposibilidad de tal premisa en un lugar como la Cuba post 59) para resarcirse a sí mismos, para edulcorar un pasado represivo (siempre desde la propia cultura, por supuesto).

Pues resulta que andan por ahí esas auras poniendo la cura antes que salga el grano, para que la gestualidad insomne, la fraseología revolucionaria, el discurso apasionado y febril de viejas cintas documentales, se suavicen, se maticen y parezcan así pues… simples ejercicios culturales… Lo que hay que ver en estos tiempos! Los verdugos y los defensores de los verdugos renaciendo como el ave fenix e, incluso, dando lecciones de civilidad y justicia.

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Cuba: The People, un documental hecho para WNET 13 por jóvenes realizadores norteamericanos que viajaron a la isla en la primavera de 1974, conserva una calidad visual impresionante. Es un fresco vigoroso y notable sobre el castrismo de la época. La intención de los hacedores es, indiscutiblemente, apologética. Se vende una imagen edulcorada del horror, con la complicidad de los entrevistados, con la complicidad del pueblo.

Pero no es allí solamente donde se centra el interés de este material histórico, sino también en la observación directa (y no intencionada) de las miserias humanas de aquellos que habitaban la isla, en el reflejo del discurso ideologizado que manejaban todos, desde un dirigente cultural hasta una pequeña niña residente en Cayo Hueso, desde una practicante de la fe católica que sonreía con temor y afirmaba que todo es una maravilla, hasta el pescador o el guajiro que imitaban a los dirigentes revolucionarios en su palabrería fonológica. A ello sumemos los detalles de la cotidianidad: la ropa que se usaba, la comida que se consumía, los carros que circulaban en las calles, los uniformes que vestían los estudiantes…

“La vida aquí en el campo es peor que en la ciudad, nosotros pasamos más trabajo, pero estamos felices, porque podemos enviar a nuestros hijos a la escuela”. Esta afirmación hecha por una guajira del Escambray es lo que más se acerca a una crítica al castrismo. ¿El resto? “Yo no extraño a mi familia. Cuando lo hago es como un rezago infantil, pero no es una cosa seria” dice un estudiante becado de la Secundaria. “Aquí no existe el racismo. No es como en Estados Unidos donde los blancos van a las mejores escuelas y los negros a las otras” asegura una mulata vestida de uniforme azul.

Cuba: The People es, como les decía al inicio, un fresco impresionante de la época. Tenemos la posibilidad de constatar, de primera mano, la cobardía de la gente desde entonces, la complicidad colectivista implícita en millones de personas, la responsabilidad compartida. La revolución cubana no ha sido solo un problema de los hermanos Castro o de la represión ejercida durante medio siglo. El entrenamiento ideológico tuvo un peso inmenso, jugó un rol fundamental en el sostenimiento de la dictadura, en el manejo de los más bajos instintos del ser humano. El día que se pretenda hacer un juicio histórico de la dictadura cubana, incluir a la masa aupadora del gobierno (que para 1974 era prácticamente todo el mundo) será un acto de justicia imprescindible.

(Escrito hace varios años)

3013

Me resulta muy curioso cómo aquellos compatriotas que cumplen a cabalidad, por sus ideas y por sus acciones, con los estamentos de la izquierda tradicional, acusan y califican a otros de “izquierdosos” en aras de disminuirlos o agraviarlos.

Les digo que me resulta curioso y hasta simpático. Claro, es esa especie de simpatía amarga que emerge del tufillo insoportable de la doble moral y la ignorancia. Se creen, estos personajillos, que por oponerse de cierta forma al horror del castrismo, ya pueden ser considerados de derechas.

Y aún más! A los verdaderos conservadores los califican de extremistas! Es como para carcajearse sonoramente. Lo que les dije: ignorancia y oportunismo casi a partes iguales.

(Por cierto, todos estos nuevos anticastristas a mí me consideraban un extremista cuando le llamaba al castrismo tiranía. Todo muy risible y hasta ridículo)

3011

Conocí a Emilio Ichikawa en el año 2006, durante aquellos tiempos tremendos de la “blogosfera cubana”, cuando yo escribía una bitácora muy crédula y naive (lo que creamos siempre es reflejo de lo que somos, en este caso específico, de lo que fui) bajo el seudónimo de Camilo López Darias. Recuerdo que el japonés me invitó a jugar fútbol y luego se hizo habitual juntarnos en casa de Papucho. Precisamente en una de esas reuniones conocí a Armando de Armas. Antes me había tropezado en el mismo lugar con gente como Carlos Alberto Montaner, Alina Fernández, Omar Santana y tantos otros. Eran tiempos en los que la quimera de la caída del castrismo era aún una especie de reallidad palpable. (Cuanta ingenuidad. La maldad es incombustible, sobre todo cuando cuenta con la complacencia de todo y todos)

A Armando de Armas lo conocí cuando ya había comprado en la librería del gordo Salvat su Mitos del Antiexilio, un librito pequeño pero sustancioso que establecía desde entonces una tesis conocida pero no muy comentada entre los círculos de cubanólogos y especialistas de la época: el peso excepcional del anticastrismo político estaba permeado y constituído desde siempre por la izquierda socialdemócrata que había regido los destinos de la isla desde su independencia. Enfrentarse, para un lector serio, a una sentencia de tal envergadura, no es más que una invitación a pensar y repensar los acontecimientos de la historia de la República, lo que nos lleva a su vez a establecer razones que expliquen el advenimiento del castrismo.

El fallecido historiador Antonio de la Cova realizó un excelente trabajo como archivero, recopilando todas las comunicaciones que se establecieron entre la embajada norteamericana de La Habana y el Departamento de Estado en Washington desde los años previos a la revolución del 33 hasta poco después del triunfo del castrismo. Leer tal tipo de información de primera mano me ayudó a derribar ”mitos” fundacionales como el del voluntarismo estoico y solitario del castrismo, o el de Batista como el “hombre fuerte de los americanos”, o aquel que establecía que el comunismo criollo fue antimachadista casi desde el inicio, entre tantos otros. Probablemente jamás habría descubierto la valiosa información de de la Cova sin el Mitos de Armando de Armas.

Hay obras que son determinantes en el entorno intelectual y personal de cada uno de nosotros. De cierta forma, lo que lees modela también en buena medida lo que serás y lo que eres. A mí me han influido desde aquel libro infantil que mi maddre me compró en la librería de Colón algún verano caluroso de finales de los setenta y que aún recuerdo con cariño (Jorgito el Goloso) hasta los textos más profundos de un Nietzsche o de un Kozick, pasando por toda la obra de Eco o por El Maestro y Margarita de Bulgakov, o por las dos obras cardinales de George Orwell o por la literatura de K Dick o por la cuentística, los ensayos y poemas del maestro Borges (lo he leído completo!) o toda la obra noir de Dashiel Hammett, Raymond Chandler, James Mallahan Cain y Norm McDonald… el propio Faulkner… Pues bien, dentro de mis influencias es válido citar a Mitos del Antiexilio del maestro y amigo Armando de Armas como una obra vital, porque despertaría mi curiosidad intelectual desde una perspectiva iconoclasta y ayudaría en cierta forma a modelar la visión que tengo sobre ciertos tópicos mundanos. A ustedes les digo: lean el Mitos del Antiexilio y oblíguense a sí mismos a no ser crédulos ni complacientes. Me lo agradecerán con creces.

3008

Aclaremos un punto: Ana de Armas es una actriz extremadamente mediocre en términos histriónicos. Su elección para representar a Marilyn Monroe puede haber estado determinada por cierta remembranza fisionómica, pero sobre todo por todo ese “amplio” concepto que carcome al Hollywood moderno: la inclusividad. Déjense de ese falso y ridículo sentimiento “patriótico”, que de no haber sido Ana la escogida, habría sido Camila Estela Huruapan, nunca una rubia platinada sajona.

2093. Año 1968. Existencialismo y Militancia

El año 1968 trajo consigo la apoteosis del castrismo, del comunismo criollo en Cuba. El horror se hacía vísceras y se hacía carne. Comenzaba la «ofensiva revolucionaria» que barrería definitivamente con la propiedad individual y que establecería la lucha contra el capitalismo y la creación del «hombre nuevo» como objetivos supremos a lograr en corto plazo, según el discurso del tirano Fidel Castro aquel 13 de marzo. No era un hecho aislado, por supuesto. La entelequia del totalitarismo cubano había comenzado a gestarse en términos prácticos desde enero del cincuenta y nueve (si no antes) con la complicidad y la ayuda de malanga y su puesto de vianda. El advenimiento de la frugalidad existencial y del voluntarismo colectivista vendrían entonces acompañados de las artes como propaganda o reflejo o simple compañero de viaje. Ese propio año se estrenarían dos filmes emblemáticos del nuevo cine cubano, que de una u otra forma modularían el futuro en términos estéticos e ideológicos del séptimo arte nacional; «Memorias Del Subdesarrollo», de Tomás Gutiérrez Alea y «Lucía», de Humberto Solás.

Cuando el castrismo se apoderó de Cuba y comenzó el desmantelamiento del capitalismo productivo, aparecieron las primeras escaseces que luego se fueron profundizando a medida que las iniciativas individuales se convertían en carne muerta. El castrismo aspiraba a edificar una Corea del Norte caribeña. Sólo alcanzó, debido a la parvedad de material, para un «bayucito» tropical. Escaseó la adustez sombría y se impuso la alegría reaccionaria de la chusma. A los afanes melodramáticos del fanatismo oriental, el patético jolgorio de la tribu isleña. A la fría ejecución a cañonazos de Hyon Yong-Chol, el fusilamiento de un Ochoa que murió diciendo «Pinga, yo creo en la revolución». Al horror de los Kim, el horror de los Castro. Pero no nos adelantemos. El arte reflejaría tamaña afrenta (el tiempo y su organización son inmunes a la presencia pesarosa de los totalitarismos) a su manera. «Memorias del Subdesarrollo» desde una perspectiva existencial; «Lucía» desde la narrativa militante. Alea, un realizador de cortos que había devenido como director de largometrajes en el ICAIC, había dirigido en 1960 «Historias De La Revolución» y en 1962 «Las Doce Sillas», una comedia basada en una novela soviética escrita por Ilya Ilf y Yevgeni Petrov (y que ya había sido llevada a la pantalla grande en un par de ocasiones), «Cumbite» en 1964 y la muy exitosa «La Muerte De Un Burócrata» en 1966. Solás, mientras tanto, debutaba con la cinta de marras tras un amago argumental con su corto «Manuela», filmado un año antes.

«Memorias Del Subdesarrollo» comienza con aquella escena espeluznante en que cientos de personas abandonan el país por el aeropuerto, mientras son despojados de todas sus pertenencias valiosas. La dejadez y la soledad de Sergio se hacen entonces patentes. Es el hombre que atisba como la marea de zombis se aproxima, sin poder (y sin querer) escapar. Es un esclavo de las (sus) circunstancias. Elena es la joven crédula y manipulable, superficial y vivaz, un ejemplo de la masa a la cual desprecia Sergio (y despreciaba Napoleón). Pablo es el «gusano» pragmático que pese a asegurar que tiene su conciencia limpia y que no se interesa por la política, se constituye en el eslabón para criticar al régimen anterior, una nefasta costumbre (la de culpar a Batista por la llegada de Castro) que aún sigue regodeándose en la mente de muchísimos cubanos. El sentimiento antibatistiano se ejerce por algunos con tanto ahínco como el anticastrismo. (Y a veces más). Lo cierto es que podremos pensar lo que queramos en torno al segundo gobierno ilegítimo del “general”, pero seamos serios y admitamos que el horror del castrismo se arraigó desde mucho antes del golpe de estado del cincuenta y dos, en aquellos alzamientos perpetuos del opositor de turno, en los discursos populistas de un azuzador cualquiera, en las trifulcas de los estudiantes-delincuentes de la Plaza Cadenas, en los gánsteres revolucionarios que organizaban vendettas, en el periodismo amarillista que inventaba cadáveres y tropelías… Los que incitaron a la plebe durante medio siglo siempre guardaron en sus corazoncitos un lugar especial para el castrismo (o cualquier otra cosa que se le pareciera).

Alea nos muestra las calles de una Habana inexistente y postrera. Su ambigüedad frente a un totalitarismo «permisivo», es una ambigüedad legada para el futuro. «Memorias Del Subdesarrollo» yace en esa zona gris o nebulosa donde la crítica es velada y no airada, donde la molestia puede ser tolerable a pesar de todo. Por momentos no es una película, es un discurso. La crítica a los brigadistas de Girón es el ejemplo perfecto. El Sergio dubitativo es falaz, un instrumento para darle un barniz intelectual a la justificación del oprobio, que en cierta forma es lo que ha venido haciendo la cultura castrista a lo largo de todos estos años. Aun así la pieza de Gutiérrez Alea posee un discurso sobre el alma que trasciende, incluso, ideologías. Es el atisbo de la libertad a la que quizás ha anhelado siempre secretamente el arte «conveniente-revolucionario» del colectivismo cubano. Hay también una crítica «mañanista» al cubano, gestada desde la aversión de Sergio a la burguesía y a la plebe. «La guerra de independencia, al destruir la unidad espiritual de la cultura, desterró de entre nosotros la contemplación, nodriza perenne del saber, y nos conquistó la dignidad política a cambio del estancamiento intelectual» nos dice Mañach en «La crisis de la alta cultura». En todo caso la aversión narrada por Alea se transforma en una «curiosidad» kamikaze hacia la claque gobernante. Y Sergio termina siendo una víctima del pueblo, aunque un hálito de justicia lo redima. «Esta isla es una trampa», dice. Y a Desnoes y a Gutiérrez Alea les asiste la razón.

Hay en el filme una crítica cínica y descarnada hacia todo y todos, ejemplificada en aquella formidable escena donde en una mesa redonda (esos amarraderos donde pastan las barcas de la palabrería fatua de la izquierda intelectual) a la que asisten el crítico literario Salvador Bueno, el escritor Edmundo Desnoes (autor de la novela sobre la cual se basa el filme de Gutiérrez Alea), el poeta comunista haitiano Rene Depestre y algunos otros intelectuales, estos cargan en sus discursos contra el racismo burgués mientras un empleado negro les sirve el agua a la usanza de un esclavo antiguo complaciendo a sus amos. Pero ya desde entonces se intuye el discurso más cobarde de la intelectualidad cubana que es aquel que esgrime el concepto de la “revolución paralizada o traicionada” para justificar el oprobio y el horror del castrismo.

Por otro lado ha sido el estoicismo la piedra angular en la conformación del nuevo carácter nacional. El destino está escrito y el hombre no puede hacer nada para cambiarlo. El destino es el socialismo revolucionario. Al abandono epicúreo de las masas se antepone la capacidad de sacrificio de Spinoza: hay que soportar los avatares de la existencia. En el caso cubano es curioso constatar que a duras penas puede sostenerse la tesis de la existencia de intelectuales orgánicos consecuentes con la defensa filosófica del castrismo, a plenitud, sin trampas ni dobleces. Ninguno de ellos ha aceptado la naturaleza totalitaria del régimen. Si el nazismo era reconocido como una entidad dictatorial por sus ideólogos o si el estalinismo se escudaba en el enemigo externo y los traidores de intramuros para validar los horrores cometidos por el apparatchik soviético, en la isla ninguno de los pensadores gramscianos se animó a calificar a Castro como un autócrata cabal. Los justificativos intentaban vender el concepto de revolución humanitaria y compasiva, al mismo tiempo que los paredones de fusilamientos, la represión cultural y la segregación política se implementaban a diario.

La mayoría de la crítica se ha dedicado a lo largo de los años a apuntalar a «Memorias Del Subdesarrollo» como un mero ejercicio estético deudor del neorrealismo italiano, aunque en realidad esté más emparentada en su arjé con la cinematografía soviética de la post guerra, amén de compartir las típicas características seminales de la nouvelle vague. Pero el carácter principal del filme está en su alma, perturbada y confusa, en el apeiron dubitativo y frágil a la usanza del espíritu vacuo de sus personajes. La pieza de Alea es, en ese sentido, una obra sobre la naturaleza humana, imperfecta y quebrada pero vital y redentora que se sobrepone a la intensidad estética del metraje. Para nosotros, como espectadores, es interesante ver a Cuba desde la distancia de otro siglo. Comprobar desde el mullido sofá de la sala como una nación se hunde en la mierda de la manera más natural posible.

La «Lucía» de Solás es otra cosa. A diferencia de Alea, Solás es un narrador monumental en el sentido de sus apetitos. Mientras Alea entretiene con la precisión de una navaja Higonokami, Solás apela a la magnificencia operática del clasicismo. Mientras Alea se acerca a la filosofía, Solás es un esteta. Si yo tuviera que escoger para la plasmación de una tarde plácida del Colón de mi niñez y mi memoria, Solás sería el elegido indiscutible. Para las miserias de la Habana de los noventa, Gutiérrez Alea, qué duda cabe. «Lucía» es el recuento de tres relatos y de tres mujeres durante el curso de la historia cubana. Sus destinos están atados a los tres sucesos alegóricos de la conformación de la «cubanidad» según los textos canónicos del castrismo: la contienda mambisa, el antimachadato y la revolución fidelista. El primer cuento posee una hechura expresionista: Agresivísimos primeros planos, fotografía espléndida, «kurosawaniana», cuasi monumental, una cámara Kammerspielfilm que se mezcla entre el tradicionalismo folclórico de la historia y los fantasmas recurrentes de la memoria. Raquel Revuelta, una actriz proveniente del teatro clásico, alcanza la majestuosidad en los tonos más altos. Su excelencia dramática fue siempre insuperable en los contornos de la isla. Es así como su Lucía infausta se antoja eterna e invencible, trágica y gloriosa al mismo tiempo.

El segundo cuento, más bucólico e ideológico, enmarcado en los tiempos de la nefasta revolución del treinta, se aleja estéticamente de Kurosawa y se acerca a Kalatózov. Y los ojos… ¡los ojos de Eslinda Núñez, y esa naturalidad soberbia de las heroínas trágicas! La bella Eslinda como Penélope antimachadista y proto revolucionaria. Un desperdicio. Es en esta pieza donde Solás ya carga la mano al mensaje pro castrista, alimentando la narrativa de la revolución perpetua (de la mano de los comunistas de la patria) mediante la satanización de la historia de la república y de la reescritura de los hechos. Una falacia. En 1927 se crearía el movimiento Minorista, integrado por jóvenes intelectuales de diferentes tendencias ideológicas. Compartían un objetivo político: oponerse al gobierno de Machado y alertar sobre las pretensiones reeleccionistas del mismo. Pues bien, Juan Marinello fue parte de los minoristas, entre muchos otros. Es cierto que tras el paro estudiantil de 1930 los comunistas estuvieron involucrados. También en las protestas callejeras y en las huelgas obreras posteriores, al igual que el ABC, políticos avezados, organizaciones autónomas y militares.

No se le puede otorgar a los comunistas la exclusividad de la lucha anti machadista (y también de la diseminación del «terror revolucionario»). Ni siquiera fueron protagonistas. Que Rubén Martínez Villena haya arengado a los violentistas en las calles de La Habana no elimina per se sus artículos en “El Heraldo de Cuba” en contra del manifiesto-programa del ABC. Que la Confederación Obrera haya pactado con Machado el 10 de agosto de 1933 para frenar las huelgas de los ómnibus y los ferrocarriles es un hecho que, prácticamente, lo dice todo. El partido comunista cubano, durante gran parte de la etapa republicana, intentó acercarse de una u otra forma a los círculos de poder político, sin éxito. Ya fuera por medio de la participación democrática, del establecimiento de pactos con el gobierno de turno o echando mano de la desestabilización y la incitación de la violencia. Su objetivo era el de influir en las decisiones políticas de la época. En escasas ocasiones lo lograron. Por cierto, el fin del machadato fue también el fin de la república mambisa y el ascenso de la república revolucionaria que permearía para siempre el futuro político de la isla.

El tercer cuento, ambientado ya tras el triunfo del castrismo, es un ejercicio ideológico a tono con el discurso del poder que energizaba la construcción del hombre nuevo. El personaje de Adolfo Llauradó simboliza todo lo que el arquetipo castrista construyó acerca del ego representante de los rezagos del pasado: bruto, egoísta, machista, abusador de mujeres. El joven alfabetizador es, bajo la mirada de Solás, todo lo contrario: la vívida encarnación del revolucionario cabal, muchacho noble y comprensivo, justiciero Es notable en esta última historia como la injerencia de un gobierno es capaz de vulnerar cualquier individualidad en nombre del bien común. Los encargados del partido local obligan al villano de la pieza a dejar a entrar a un hombre a su casa en contra de su propia voluntad, pues la revolución así lo disponía. Y este es un hecho en el que la crítica del filme jamás ha reparado. La figura execrable del machista opaca absolutamente cualquier otra consideración. Las actuaciones de Adolfo Llauradó y Adela Legrá son, posiblemente, las más recordadas y emblemáticas del «nuevo cine revolucionario», por soberbias e impecables, pero también por modélicas y convenientes. La mujer sufrida representa el afán por una novísima «prosperidad» y el celoso enfermo y obsesivo un pasado que debe de ser enterrado. La escena final, por cierto, es un deleite estético; una niña sacada de quién sabe dónde, en un primer plano casi hiperrealista, mira con curiosidad al hombre y la mujer que discuten y forcejean desde lo lejos, y estalla en risas y corre y se aleja de nosotros, dejando la memoria de su chal sobre la frente y de su rostro, pálido y sereno y sabio.

2071

De ‘Mónicas’ Baró no sólo está repleta la disidencia cubana, sino también todo el exilio que profita del tema Cuba, políticos, usureros, propagandistas y mesías; de ‘Mónicas’ Baró anda también repleta la intelectualidad cubiche de todos los contornos, los orgullosamente militantes de izquierda, pero también, y es lo más inquietante, aquellos que se autocalifican de derechas ante la vergüenza que les ofrece el otro lado. El “moniquismo” o el “barismo” o como se le quiera llamar es un mal enraizado, un tumor que ha metastizado cada atisbo de razón, y un reflejo directo del triunfo del castrismo intra y extramuros, una apoteosis del colectivismo más reaccionario y burdo. De ‘Mónicas’ Baró, señores míos, estamos rodeados…

2067

Uno de esos escritorzuelos cubiches avecindados en España, un ser absolutamente de izquierdas, se alegra porque en alguna región de la península ha ganado la centro derecha, (esa a la que Agustin Laje se refiere como “la derechita cobarde”) y no la “izquierda ñi ñi ñi” ni los “fascistas de Vox”. Una razón más que válida para simpatizar con los de Santiago Abascal y para arriscar la nariz con la social democracia gordinflona de siempre…

2064

“Entonces te toca medialuna”

Ani y yo fuimos anoche al teatro Trail para ver una obra muy simpática y muy cubana que se titula Zorras y que está protgonizada por cuatro excelentes actrices. Pero antes pasamos a comer por el mítico Versailles, que se encuentra a un par de cuadras de allí y lo que encontramos fue la pesadilla de la decadencia. La host, una centroamericana de no muy buen aspecto chateaba por FaceTime con alguna conocida mientras turistas “gringos”, asiáticos e hindúes hacían cola esperando que los ubicaran. No demoramos en entrar, pues si ustedes conocen el lugar sabrán que es inmenso y que acomoda a cientos de personas.

Una vez adentro nos atendió un cubano que debe de estar prácticamente acabado de llegar (el desinterés de la mano de obra disponible es cosa nueva y muy notoria en estos tiempos oscuros que vivimos). El tipo, sin haber traído la carta nos preguntó que qué queríamos ordenar. Sin una gota de educación, el personaje parecía haber salido de las páginas del manual de instrucción revolucionaria del comité central, un absoluto desparpajo y “obstine” lo guiaban como la luz divina a los apóstoles tras la muerte de Jesús.

Detrás nuestro un par de señoras peruanas, de visita en la ciudad, intentaron que el tipo les explicara el menú de sandwiches. Entre el hecho de que más de la mitad de lo requerido por la señora no estaba disponible y la otra mitad consistía de panes más duros, el intercambio se volvió insostenible. “Pero mijito, tengo dentadura postiza y sólo puedo morder pan suave”. “Entonces te toca medialuna!!” El tipo se dio media vuelta, “frió un huevo” bien sonoro, hizo un mohín de desdén y dio por terminada la charla y el pedido.

Una vez que Ani y yo nos hicimos de la carta, hicimos el pedido de la cena. Exactamente la mitad de lo que ordenamos, estaba en falta. “No tenemos, no tenemos, no tenemos” repetía el tipo con cierta compacencia. Eso sí, los precios continúan increíblemente bajos como en los buenos tiempos del malvado Trump, cuando cualquier “zarrapastroso“ podía darse el lujo de comer opíparamente por un precio más que razonable, algo prácticamente imposible en el Miami (y en el USA) de hoy.

Ya hacia el final de la comida cuando esperábamos para pagar la cuenta, a la señora peruana de nuestras espaldas se le ocurrió increpar al mesero por un café que había pedido. “Se le olvidó que le pedí un café cubano? Llevo mucho rato esperando”. A lo que el tipo respondió, dejándonos azorados y con la boca abierta a mí y a Ani “Señora, yo no me he olvidado de su café. Pero usté no es mi única cliente. Mira cuántas mesas yo atiendo. Cuando yo pueda se lo traigo”. Y chirrín chirrán, asunto concluido. A pesar de la pobre atención en algunos lugares regentados por cubanos en el sur de la Florida, jamás habíamos llegado a un punto tan bajo. El final, amigos míos, ya está aquí entre nosotros.

2061

Del “Diaz Canel singáo” al “cuando Fidel esto no pasaba” el trecho es corto. El daño antropológico del cubano parece irreversible. Para colmo, el mundo entero pierde los referentes verdaderos de “libertad” y “justicia”. Si antes el “gusano” citaba a Reagan, hoy a Obama, a Biden o (los más versados) a los profetas del foro económico internacional. El mundo se derrumba como un castilo de naipes y la Cuba totalitaria, en todo su “esplendor”, no es la excepción.

2042

Es cierto, la invasión canelónica ha remecido a Miami y otras grandes ciudades norteamericanas en los últimos tiempos. Pero ya aquí, en el sur de la Florida, somos expertos en acumulación de detritus desde hace un buen rato. O por qué creen ustedes que por ahí deambulan los Simplicios Magnus y Dientes Picáos de esta vida como Pedro por su casa? La diferencia es que los canelonios usan pullovitos apretáos como marca personal, y los otros un libraco de su propia autoría (editados por ellos mismos en Amazon) bajo el sobaco!

2039

Más allá de consideraciones personales (mucha gente buena no ha podido escapar del horror en todos estos años mientras delincuentes, postalitas, camorreros, aserines, comunistas, especuladores y muchos otros miembros del detrito isleño se pasean por las calles de Miami, Cape Coral, Las Vegas, Nueva York y Houston) esta apertura de “alma” del régimen bidenista a la tiranía de la Habana no hace otra cosa que corroborar aquello de que los lobos de una misma camada se cuidan unos a otros. Si la permanencia del castrismo por 62 mil milenios era cosa sabida, ahora con la imposición del neocastrismo, es un horror imperecedero. Pero… qué más puede esperarse del futuro que nos aguarda, de una u otra forma, a todos?

1572

En todo este rebemberembe me llama mucho la atención como la izquierda criolla “anticastrista”, usualmente tan modorrita y zorra, ha puesto pie en tierra por una de las partes, y hasta varoniles parecen en su inconsecuencia. Ah, si no los conociera!

Si tú que me lees añoras aquellos ejercicios sádicos donde las masas revolucionarias empalaban, como Vlad a sus terribles enemigos, a los “gusanos” y contrarrevolucionarios que se oponían al discurso oficial, podrás experimentar en carne propia el odio de las turbas con tan sólo no seguir a la manada… a ninguna, claro.

Yo no, yo acabo de jamarme unas lentejas de sueño mientras bebo un Malbec exquisito. Allá ustedes! A mí los nuevos adalides de lo cierto me resbalan.