Anoche soñé que mis padres regresaban desde Cuba. Papi no había muerto la vez pasada. De alguna forma había sobrevivido para volver a agonizar una vez más entre nosotros, a la usanza de un Cristo redentor. Mi padre estaba en la cama camera del cuarto que daba al patio cementado de la vieja casa de la calle Agramonte, acostado y confuso, como si no pudiera estar alerta, como si no pudiera despertar. No era en realidad Miami, sino la Cuba de mi niñez o de mi adolescencia. Me preguntaba, en el sueño, qué dirían aquellos que con anterioridad examinaron y dieron por muerto a mi querido padre al volverlo a ver llegar, fenecido, al sitio de su destino final.
Yo estaba apurado pues tenía que regresar al hospital a tiempo para recibir mis clases. Tanía una bicicleta nueva e impecable que alguien me había regalado o comprado y un reluciente candado para asegurarla. Pero iba atrasado. Oscurecía y tenía que abandonar la casa de la calle Agramonte. Ani, que era mi madre (o mi madre, que era Ani) se disponía a alcanzarme un pozuelo con la cena, pero le dije que comería en el hospital, que todos lo hacían allí. Algún seminario comenzaba a las 8 de la noche y ya eran las 8:30… ¡como siempre en mis más angustiosas pesadillas, el tiempo se agotaba y yo sin poder avanzar!