1389

El cristianismo sobrevivirá por los siglos de los siglos. La institución política y burocrática siempre merodeará alrededor del poder. La renuncia de Ratzinger y la ascensión de Bergoglio no fue una casualidad simple y espontánea. Se preparaba el camino para la entrada a esta nueva etapa de la historia de los hombres. La institución no es el problema… la fé quizás…

1090

La redención es plausible. No en balde gran parte de la literatura y el arte en general se basan en el propio concepto religioso y cristiano de la salvación. Pero que a estas alturas se aparezcan los antiguos secretarios del núcleo del partido de cualquier institución intelectual, personajillos avecindados en la yuma, blandiendo la espada de la liberación “cultural” de Cuba… me sabe a embuste. A ello hay que sumar el resto, por supuesto. La revolución de los girasoles es una utopía pretenciosa y vacua.

671

La histeria por la propagación del coronavirus no es sólo el reflejo del apendejamiento que nos provoca, como sociedad, la idea de la muerte, sino también un claro ejemplo de cuán propensos somos a dejarnos cautivar por los cantos de sirenas sobre el apocalipsis. La idea de ser testigos excepcionales, sobrevivientes singulares del colapso de la sociedad moderna, es una masturbación intelectual que causa satisfacción, qué duda cabe.

Vivir con la angustia de un futuro siempre al borde del abismo, siempre al borde de la existencia misma, ser sobrevivientes de un aktion colectivo, ver joderse al de al lado y mantener las esperanzas de superar a todos quienes conocemos, ha sido siempre una característica sine qua non del ser humano, sean científicos ganadores del Nobel, actores del pútrido Hollywood o trabajadores de una fábrica de lapiceros en Hangzhou.

Aquella máxima de Séneca de que toda la vida hay que estar aprendiendo a morir, produce menos consuelo que imaginar que el mundo se va a la mierda y nosotros seremos espectadores en primera fila. No deja de ser un ejercicio estoico, en fin de cuentas: el mal es necesario para que exista el bien, lo que llevado a términos individuales no es otra cosa que la justificación de nuestro propio fin: han de joderse todos para justificar mi muerte.

Los actos de heroicidad son ejercicios modélicos pero fortuitos. Actuamos en consecuencia con nuestros temores, de allí que el apocalipsis sea tan cómodo para justificar nuestras miserias y tan certero para hilvanar nuestros anhelos. No en vano Jesús, que no fue el fundador de iglesia alguna sino un judío que predicaba el fin de los tiempos por abandono de la virtud, ha calado tan hondo en el imaginario del mundo occidental, lo que ya antes había conseguido el mito de Oniris en el Egipto antiguo o la ascensión de Mahoma en el islamismo militante.

Pero cada ejercicio de histeria puede verse coronado por la fuerza del bien. No olvidemos que en Florencia ya surgió el apocalipsis a mediados del siglo catorce cuando los marinos genoveses provenientes de Crimea trajeron la peste negra a la Europa culta. Y fue entonces cuando se eliminaron estructuras de poder que frenaban cualquier atisbo de avance; el fin de la Edad Media fue también (y sobre todo) un ejercicio médico.

¿Dará, sin embargo, este catarro asiático para sacudir el mundo que conocemos? Lo dudo. Al lado de la Influenza o de los totalitarismos comunitarios (desde los reyes medievales hasta la norcorea esquizofrénica) el moco chino (un término del Guicho Crónico) es un simple estornudo en medio de la nada. Así que por favor, lávense las manos, eviten las multitudes y resígnense al hecho de que la vida seguirá, al menos por ahora.

552.

Los límites imprecisos entre el bien y el mal, la relativa percepción que atesoramos acerca de nosotros y los otros, esconde el peso de la culpa y nos convierte siempre en buenos y honrados ante los ojos de la inmortalidad. Llegar a la comprensión absoluta de que no somos probos (en el caso que así fuere) traspasa el simple acto de honestidad y se convierte en una especie de milagro.

Cuando el hermano Justin confronta a sus demonios frente al amado preceptor Norman en “Carnival”, lo hace ya consciente de que Belial, Satanás, Lucifer, Belcebú, puede habitar en el alma de los hombres. El dilema entonces se reduce en quién será capaz de aplastar tu cabeza con un pesado candelabro eucarístico. La vida no es tan simple y Daniel Knauf siempre lo supo. El discurso apocalíptico de Justin Crowe ya al final de la primera temporada, en todo caso, atesora la mayor de las verdades. El temor a la jungla y a la muerte siempre estará en nosotros.

Permítanme traducirles la terrible, oscura y poética alocución del hermano Justin, colofón de una pequeña obra maestra, magnificada por el inmenso talento de Clancy Brown y las imagenes soberbias de la muerte y del drama. Aquí va:

«El tiempo corre, hermanos y hermanas, en conteo regresivo hasta el Armagedón. El gusano se revela de muchas maneras en esta tierra que una vez fue grande. Desde la élite intelectual que adoctrina cruelmente a nuestros hijos con la salvaje blasfemia de Darwin hasta los malvados paganos de Hollywood que los corrompen en la oscuridad del Bijou local. Desde los falsos profetas que se esconden detrás de los púlpitos de nuestra nación hasta los viles parásitos en nuestros bancos y salas de juntas, y los políticos impíos que engordan con la miseria de sus electores. Los signos de los últimos tiempos están a nuestro alrededor, grabados en sangre y fuego por la mano izquierda de Dios. No tienen más que abrir los ojos, hermanos y hermanas. La verdad es que el diablo está aquí. El anticristo, el hijo de las mentiras, el hijo de las tinieblas camina entre nosotros, vestido con la carne de un hombre. ¿No llora el señor ante esta degradación? ¿No tiembla con furia justa? ¿Y no buscará retribución? Abro los ojos y veo el cielo teñido de sangre. Se desgarra y grita con una voz que es un trueno. ¡Levántate!. ¡Levántense, hermanos y hermanas, y tomen su lugar a mi lado! Porque estarás a mi lado y tu destino brillará como mil soles. Y las calles serán santificadas con la sangre negra y humeante de los herejes. Y juntos, hermanos y hermanas, juntos construiremos un templo resplandeciente, un reino que durará miles y miles de años».

Candela al jarro hasta que suelte el fondo…

433.

A tono con semana santa…

La verdad es que Hollywood, en su afán de promover la “inclusividad” etnográfica y cultural a toda costa, cada día se convierte más en un carnaval de ridiculeces vergonzosas. En el filme Maria Magdalena, el apóstol Pedro es… ¡africano! Está interpretado por el actor de origen nigeriano Chiwetel Ejiofor… ¡Apretaste, Selena!

421. Requiem por Notre Dame

Durante el paritorio de la catedral de Notre Dame, el gran debate intelectual que se libraba en la Europa de la Edad Media versaba acerca de si Cristo había o no reído en vida. Ya el Papa Inocencio III había decretado la cruzada albigenense en contra de los cátaros marianistas del sur de Francia y los dominicos, bajo la égida de Gregorio, echaban a andar la implacable rueda de la inquisición. Notre Dame, señores, surgió de la seriedad de la doctrina y de la suplantación de la adoración a la María simple por parte de los teólogos del catolicismo. El aborrecible Juan XXII, uno de los tres prelados de Avignon, estuvo a punto de contemplar la completa realización de tal obra maestra. ¡El mismísimo protector de Bernardus Guidonis! Murió tan sólo unos escasos años antes de que se colocara la última piedra en la pequeña isla de la Cité. ¡Quién pensaría, en aquel entonces, que siete siglos después la Notre Dame majestuosa, reflejo inequívoco de una época cardinal de la narrativa de los hombres, se vería herida de muerte tras un incendio fatuo! Ha fenecido la seriedad de Notre Dame bajo el adusto signo de una estrapada moderna. Puede escucharse el sermus generalis… una parte de la historia se ha convertido en historia… ¡Qué dolor!

420.

Ya están los intrigantes de siempre negando la versión oficial de que el incendio de la catedral de Notre Dame fue causado por las labores de renovación que allí se realizan. ¡Por supuesto que tamaño desastre se debe a las labores constructivas del milenario edificio! Se ha dado a conocer que el albañil Mohamed Mahalawi-Said se encontraba rezando a Allah en un de las claraboyas del ala Oeste cuando, al encender una “chismosa con luz brillante” ceremonial, la imitación de mini alfombra persa sobre la cual se arrodillaba se incendió accidentalmente, lo que causó que el apesadumbrado constructor manual echara a correr por uno de los pasillos de madera interiores que conectan con el techado, mientras agitaba al mismo tiempo la infortunada alfombra, dispersando pequeñas y letales volutas de fuego alrededor. El resto ya lo sabemos… Por favor ¡Dejen de esbozar teorías de conspiración!


Tras la retirada de escombros en Notre Dame, el presidente Macron autorizará la construcción de una mezquita…

390. Los embaucadores de la Matrix

Se intuía que The Matrix traería consigo una resaca pseudo filosófica. La obra de los hermanos (¿hermanas?) Wachowskis es una especie de revoltillo ontológico que promueve el facilismo intelectual entre aquellos (¡son muchos!) que, deseosos de ser aparentemente originales, se aprovechan de los incautos o se auto engañan a sí mismos en la creencia de que han descubierto el agua tibia.

De hecho, no existe mucha diferencia entre un L Ron Hubbart y cualquier otro timador que asegura que su verdad es la verdad, aunque esto presuponga la aceptación de computadoras extraterrestres parlantes o de cables succionadores conectados a la espalda como fuente primaria de ilusión. Es decir, no hay nada más valioso que la modestia intelectual, cosa no frecuente entre estos gurúes de la manipulación y la probable mentira.

Señores, nadie puede venir a asegurar, como si fuera dueño de los misterios ancestrales, que tal o más cual cosa es la realidad tras la realidad, con la soberbia típica de un Dios cualquiera. Los (¿las?) Wachowskis bebieron superficialmente de un montón de teorías y lecturas para lanzar una propuesta interesante, curiosa, inteligente sin dudas, pero ficticia en esencia (o al menos presumiblemente falsa pues nadie es dueño de una verdad absoluta), muy fácil de ser enarbolada como una nueva teoría o sistema de conocimientos por embaucadores que, al estilo de los líderes de las sectas más vulgares y comunes, pretenden vender una evidencia no comprobable, inexistente. No es lo mismo teorizar que asegurar, por cierto.

En los “guerreros” de la Matrix encontramos esas influencias contenidas en el filme que van desde Baudrillard a Kant, pasando por el buenismo de ciertas propuestas filosóficas orientales y el tarot. Como toda pseudo ciencia, tomársela en serio, sobre todo por quienes se han convertido en sus diseminadores vocales, no pasa de ser una patética falacia. ¡Por favor, no vendan mamoncillos como si fueran melones! La ridiculez abruma.

384. Spotlight

Las religiones institucionalizadas, amén de cualquier labranza espiritual, son sobre todo silos de poder que funcionan, como todo conglomerado humano que busca la perpetuación de pujanzas y poderíos, a la usanza de gobiernos y asociaciones. De allí el asentamiento de complicidades y de protecciones mutuas, en aras del “bien común”, ese término eufemístico que justifica la superioridad moral y la obtención de dividendos espirituales y materiales, y que termina acreditando “per se” la propia existencia de la fe.

Más allá de las vergonzosas alianzas con los poderes establecidos, el hecho que más ha lesionado la credibilidad de la potentada iglesia católica en la última centuria ha sido esa abyecta propensión de muchos de sus párrocos y guías anímicos al abuso sexual de los más jóvenes feligreses. Por regla general, las víctimas desandan los áridos parajes de la inseguridad familiar y del desamparo, ante los avatares de esta selva que es la vida. ¡Los lobos, aupados por la seguridad de las sotanas, saben escoger a sus damnificados!

Pues bien, a inicios de siglo un equipo de periodistas investigativos del Boston Herald procedió a lanzar una cruzada cuasi imposible en búsqueda de la verdad y la justicia, en plena estancia de la ciudad más romana (en términos incorpóreos) de toda la nación americana. Doscientos cuarenta y nueve curas pedófilos fueron desenmascarados y arrancados de las garras encubridoras de la autoridad cardenalicia. Tom McCarthy lo narra de manera brillante en Spotlight, la última cinta ganadora del Oscar. McCarthy entrega una pieza de engranaje perfecto, como maquinaria de relojería, aupada por un guión preciso hasta la exactitud y una encomiable labor de edición. Personajes concisos y diálogos afilados como Shibata Kotetsu le otorgan al filme un carácter superior. Spotlight es la apoteosis de McCarthy.

Por otra parte, sería delicioso atisbar al cuarto poder impeliendo, con entusiasmo incontenible, una lidia en pos de desnudar, por ejemplo, tal y como acaeció con el caso de marras, las penurias y la sordidez atesorada por políticos de esta administración en el ejercicio de sus funciones públicas y federales. El caso de la ex secretaria de Estado, estoy seguro, sería todo un poema.

375. After Life

Si, probablemente es cierto. Jesús era un judío que predicaba la probable llegada del apocalipsis por el abandono de la virtud. Es decir, era un judío devoto. Que sus seguidores hayan obtenido un triunfo imprevisto, el de la cruz de Roma, terminó provocando el fin del imperio. Y fin del imperio romano provocó, a su vez, un retroceso cultural de mil años, como todos sabemos. Es decir, de Pedro a Francisco las diferencias, en términos de virtud, no han sido muchas. Y, sin embargo, la fe es necesaria, imprescindible, para la sobrevivencia humana. Por eso soy muy cuidadoso cuando se critica a las religiones a “pepe cojones”. Más allá de lo execrable de las instituciones religiosas y de que la crítica al cristianismo es tan válida como cualquier otra cosa, también es interesante cuando reconocemos una intención ideológica o política tras el dedo acusador. Y algo de eso lo que vemos en “After Life”, la serie de Ricky Gervais que Netflix ha sacado. Sólo algo.

Pero, por otro lado, “After Life” es una serie disfrutable, cálida, repleta de pequeños detalles típicos de la subsistencia que la mayoría de las veces pasan desapercibidos. Sus personajes son divertidos, algo caricaturescos, pero entrañables al fin. Las callejuelas del poblado inglés se asemejan a las del Colón de nuestra infancia en aquellos veranos del 84. Es como si el sol se desparramara de igual forma por el encofrado de las vías. Y luego está esa declaración de Tony, el personaje principal, que en cierta forma es el resumen de la rutina que a todos nos alcanza, una rutina que no es otra cosa que la vida: “sólo quería regresar a casa cada noche y aprovechar todo el tiempo posible con Lucy”. Nuestras ambiciones casi siempre son esas, regresar al confort de lo que somos y dejar que el tiempo pase así, sin sobresaltos ni sorpresas

188. El pánico moral cristiano

El pánico moral cristiano se sustenta en la pretendida superioridad ética de la intelectualidad católica. Tal y como certeramente afirmara el historiador Gene Zubovich, por ejemplo, “los católicos representan una parte desproporcionada de los intelectuales de la derecha religiosa en los Estados Unidos”. Su larga tradición teológica, comenzada desde tiempos de la iglesia primitiva, cuando un puñado de fieles devotos a la figura de Jesús escribían textos morales basados en la fe para corroborar sus historias, al pasar de los siglos ha ganado en soberbia y petulancia. Bergoglio es una muestra. Pero la especificación de Zubovich, a pesar de ser válida, no es mayoritaria.

No sólo en el manejo de los conceptos del colectivismo social, sino también en su engreimiento y fatuidad, la izquierda ilustrada se equipara al catolicismo. Esa manera de arriscar la nariz y de mirar sobre el hombro a la contraparte ideológica no solo es decepcionante, sino además en ocasiones, exasperante. Lo vemos en los teologuillos de las redes sociales a los que, al igual que a sus inspiradores doctrinales, herederos de la social democracia y el marxismo, les sobra inmodestia y les escasea sentido común.

Entre la moralina jesuita de Bergoglio y el dedo acusador e inmaculado de los adalides del falso progresismo, subyacen siglos de un mismo afán totalitario: el absolutismo de la imposición modélica del “bien; un “bien” construido a contrapelo del individualismo, he de decirles.

Hay, en ese ‘aguaje’ intelectual una presunción de superioridad moral, de indignación deontológica, capaz de derivar en intolerancia doctrinaria y sobre todo en histerismo probo, que ha servido de base para justificar algunos de los horrores más notorios cometidos a lo largo de la historia, pues casi siempre el látigo y el fuego han acompañado a la ‘trova’ ilustrada y erudita.

141. Osho… Wild, wild country

Cuando el maestro espiritual Osho y su lugarteniente Ma Anand Sheela llegaron al conservador poblado de Antelope y construyeron una ciudad allí, y luego comenzaron a metastizar todo el lugar a base de jugosos cheques, se generó una de las confrontaciones ideológicas más áridas y amargas de la historia norteamericana de los últimos cincuenta años. Si le interesa el tema, apasionante por demás, eche un vistazo a la serie documental “Wild, Wild Country” que Netflix tiene en cartelera…

pd: Osho fue también uno de los modeladores del movimiento hippie, aquella ilusión de un colectivismo espiritualista que nunca pasó de ser una estafa. Tampoco Osho.

24. ¿Un nuevo marianismo?

Una muchacha feminista, con el torso desnudo, atravesó rauda la Piazza San Pietro y al grito de “Dios es mujer” intentó usurpar el niño Jesús del pesebre de la Natividad. Hasta allí ha descendido el marianismo del cristianismo antiguo. Hasta ese oscuro y enervado extremismo dialéctico que enarbolan las mujeres de FEMEN.

Contaba Lawrence Gardner que María, la madre de Jesús, tras la muerte de su hijo se trasladó hasta Eritrea, donde se constituyó en la líder del naciente movimiento cristiano, ése al que hoy emulan los exacerbantes pero admirables en su constancia, Testigos de Jehová.

(Imagino, a los cristianos de los tres primeros siglos, caminando con sus crismones y sus yctus de casa en casa, trayendo la buena nueva que a pocos le interesaba, insistiendo en lograr la conquista de las almas paganas).

El marianismo se sostuvo, luego de la llegada de Constantino, por textos apócrifos como el evangelio de María Magdalena, que fue escrito probablemente en griego hacia el siglo II por alguna mujer seguidora de la secta y no por la madre de Jesús. Creo que la versión que conocemos fue traducida del helénico al copto.

Sabemos que el marianismo le otorgaba a la mujer un papel central en la estructura del cristianismo antiguo. El grito de “Dios es mujer” es un regreso, desde la parte errada de las ideologías, a aquellos tiempos en que el alma de una oscura religión se litigaba entre géneros. Hasta allí ha descendido el marianismo, como les decía.

© Rafael Piñeiro-López

21. El sentido de la vida

¿Quién de nosotros, sobre todo en estas fechas a punto de expirar el año en curso, no se ha preguntado alguna vez cuál es el sentido de nuestra existencia, cuál es el motivo por el que estamos aquí?

Decía Charles Bukowski, que para aquellos que creen en Dios la mayoría de las grandes preguntas ya han sido respondidas, pero para “los que no podemos aceptar fácilmente la fórmula de Dios, las grandes respuestas aún no han sido escritas en piedra”. Un teólogo cualquiera diría que allí precisamente reside la respuesta; en la fe.

Pero no es tan simple. La visión atea y evolucionista, en mi opinión desesperanzadora, minimiza la gran duda y la rebaja al campo de la biología más elemental. Maestro en ello fue Stephen Jay Gould, quien alguna vez apuntó que “nuestra aparición (la del hombre) ha sido más un accidente tardío y espontaneo que la culminación de un plan prefigurado”. Y agregó “Estamos aquí porque un extraño grupo de peces tenía una peculiar aleta anatómica que pudo transformarse en piernas para que aparecieran las criaturas terrestres”.

¿Creer o no en la evolución de Darwin? Hace unos años ni siquiera me hubiera hecho la pregunta. Aunque más relevante, si damos por hecho que la teoría darwinista es cierta, es cuestionarnos si la presencia de Dios está detrás de ella o si la espontaneidad, tal y como señala Gould, fue la responsable del mundo que conocemos.

Annie Dillar, premio Pulitzer, cuando alguien le preguntó sobre el sentido de la vida, ofreció una visión cristiana y metafísica, quizás a la usanza del principio de la adoración a Jesús, cuando la nueva religión era una secta más mariana que apostólica y se albergaba en los terrenos de Eritrea. “Estamos aquí para ser testigos de la creación y de instigar a ella. Estamos aquí para alabar a quienes nos rodean”.

De modo que, las variantes indagatorias son casi infinitas, incluyendo, claro está, el pragmatismo occidental. Ya lo decía Arthur C. Clarke, “Si perdemos el tiempo en busca del sentido de la vida, es posible que no nos sobre tiempo para vivir”.

Esto último no aplica, sin embargo, para un barbero neoyorkino de nombre Frank De Onofrio, que motivado por esa curiosidad intelectual de la que John Updike hablaba, se ha estado preguntando el “por qué estoy aquí” casi toda su vida. Pero como bien dice “Nunca nadie me dijo nada”. Yo, al igual que De Onofrio, tampoco he logrado que alguien me responda.

© Rafael Piñeiro-López

5. Silence: La mudez del dolor

El hombre, luego de caminar entre rocas resbaladizas sosteniendo a duras penas su cíngulo pardo, musitando probablemente el Ad maiorem Dei gloriam, se arrodilló a los pies de la corriente del riacho. Su rostro, trémulo y ajado, fue reflejo en el agua iluminada por la claridad del sol de Nagasaki. Y luego, de repente, el ceño se convirtió en Jesús torturado, mortuorio pero vivo, vigilante e impenitente. Borges nos decía que los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas para significar la divinidad. Rodrigues solo pudo reír a carcajadas.

Una de las obsesiones creativas del realizador Martin Scorsese fue la de llevar a la pantalla grande la novela Silence, de Shûsaku Endô, uno de los escritores japoneses más relevantes de la generación de la post guerra. Para ello, el mítico realizador escribió un guión a dos manos con Jay Cocks, colaborador habitual que, siempre engrandecido por raptos de lucidez, le ayudó en el paritorio de un par de obras esenciales: “The Age of Innocence” y “Gangs of New York”.

“Silence” narra los esfuerzos de la orden católica franciscana por cristianizar al Japón, cosa que lograron con éxito en ciertas regiones de Nagasaki, justo antes de que el shogunato Tokugawa prohibiera la labor de los seguidores de Juan Ignacio de Loyola. Luego de la proscripción, los kakure kirishitan fueron martirizados y perseguidos.

Endô coloca a los dos ‘héroes’ de su historia, los padres portugueses Rodrigues y Garupe, en fecha posterior a 1620, cuando la apoteosis del hostigamiento a los cristianos conversos se llevaba a cabo. Y es aquí donde a la visión compasiva y voluntarista del catolicismo de Scorsese, se opone el pragmatismo nipón, donde nada trasciende lo humano, ni siquiera el alma de los dioses. Mientras Garupe se convierte en un héroe de la fe, el padre Rodrigues revive el sufrimiento del Cristo.

Scorsese, el más cinéfilo de los cineastas norteamericanos, intenta emular (a la vez que rinde pleitesía), las imágenes límpidas y espléndidas de Kurosawa; sus formaciones militares, la entrada en burro del padre Rodrigues a la aldea donde moran muchos de los kakure kirishitan, las filas de futuros mártires, empobrecidos y miserables, adornando el centro de las plazas… Pero Scorsese, en su afán por abordar de lleno una historia que, sin dudas, le apasiona, comete el error de precipitar todo el primer cuarto del relato, creando una entelequia deficitaria, donde hasta muchas de las actuaciones se resienten por la premura. Ya luego retoma el pulso con la parsimonia tan común a los grandes creadores.

En la narrativa, Rodrigues es un Cristo fallido que, sin embargo, sigue siendo un hombre bueno y compasivo, pues la divinidad, parece decirnos Scorsese, no es en realidad un atributo de los hombres. Kichijiro, por ejemplo, es Judas, que vende a Rodriguez en más de una ocasión, pero siempre vuelve para pedir el perdón de Dios allá en los cielos. El inquisidor Inoue, en su iluminada crueldad, en su sapiencia oriental, es una especie de exquisito Poncio Pilatos que, a diferencia del gobernador de Judea, alcanza el cometido de doblegar a su enemigo.

El imperio del sol naciente es un manglar, un pantano donde no hay planta nueva que germine o que florezca. Es un concepto presente a lo largo del filme que justifica y valida el fracaso del padre Ferreira, de Rodriguez y Garupe, de los franciscanos todos. La evangelización se hace imposible allí donde impera lo humano. El budismo es un ejemplo vivo, pues suprime el sacrificio teatral por el pragmatismo de la espiritualidad antropológica. El catolicismo, en cambio, se alimenta del dolor de sus creyentes. (“El precio para tu gloria es su sufrimiento”, le dice el traductor a un altivo Rodrigues que se empeña en no claudicar públicamente al ejercicio de su fe).

En todo caso, la epistemología sobre la cual se regodea “Silence”, parece responder a un cuestionamiento muy simple (y al mismo tiempo muy complejo): ¿Cuánto pesa el amor por la vida? ¿El sacrificio por un Dios? ¿Renunciar a la fe por salvar la vida de otros no es, acaso, una reafirmación de esa propia fe? Responder a estas preguntas desde una perspectiva humana y no sacra, podría quizás aliviar el sufrimiento de Rodrigues, quien tuvo que cargar sobre sus hombros el peso terrible de la traición, mientras amparaba la vida de aquellos que ya habían ofendido la existencia al hijo de un Dios tan lejano como extraño.