3084

Este Knob Creek huele a madera, a un aserrín redondo teñido de caramelo. Y hay chocolate negro y nueces y cáscara seca de naranja en integración perfecta con el alcohol. (Que son 50 grados!). En boca la suavidad persiste. Hay sobre todo caramelo y ya en menor medida vainilla y miel. La madera tostada es el background perfecto. El escozor de las especies orientales y la pimienta negra y el jengibre inauguran la fiesta del picor. En copa es de color castaño y en las paredes, grueso. No posee la redondez ni la magnificencia de un Wild Turkey 101, pero aún así es superlativo. Disfrútalo como aperitivo de un T bone a la parrilla o como acompañante de un delicado queso azul.

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Señoras y señores, este es el mítico Wild Turkey 101. Intenso, con un ABV de 50.5 %. Su contenido es de 75% maíz, 13% centeno y 12% cebada y se añeja entre 6 y 12 años en barricas de cedro americano nuevas y carbonizadas. El color es castaño de oloroso y es muy grueso en vaso. En nariz es floral, con yerbas, jengibre y madera fresca presentes. Huele a carpintería, a torno de trompos, a aserrín. También hay algo de cáscara de naranja. El anís se va revelando a medida que se va abriendo. La integración de alcohol es perfecta. En boca hay canela, miel, pimienta blanca. También hay jengibre y anís. El paso es intenso, muy cálido y se nota en el bouquet postrero la graduación alcohólica. Este es un bourbon potente, de gran cuerpo, de inmensa personalidad, donde la nariz floral y el paladar más dulce y picante se complementan muy bien.

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Y volvamos a las cosas imprescindibles de la vida. El Aberfeldy es un single malt escocés que conocí originalmente cuando lo compré para degustarlo en la última convención de la cubanidad. Este es el caldo que alimenta los destilados mixtos de Dewars, pero en su versión de cebada malteada pura y dura. Está añejado durante largos doce años (la edad de mi hijo) en barricas de roble probablemente americano y en copa es grueso como la niebla de Londres. Huele sobre todo a banana madura, a platanito amarillo y con pintas carmelitas de cualquier patio de campo de Calimete o Banagüises. Hay en nariz también otros frutos maduros como el melocotón y el durazno, como las avellanas horneadas en pastel. En boca sobresalen la madera y el banana pie. También hay algo de miel de abejas y vainilla. Hacia el paladar recóndito se descubre una pizca cuasi imperceptible de naranja. La consistencia es de mantequilla sedosa y el final medianamente prolongado y moderadamente centelleante. El trago es exquisito y está perfectamente equilibrado. Sabe a gloria y paraíso y fiestas. De los que más me gustan en este rango de precios.

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A un precio inusualmente accequible consigues un single malt con un increíble ABV de 46% no filtrado en frío. Eso ya de por sí es notable. Esta etiqueta está añejada en roble americano por 12 años. El color es un castaño de oloroso y en vaso es moderadamente grueso. En nariz es amable y predominan en un inicio los tonos florales, la madera y la yerba. También hay caramelo y vainilla. Muy buena integración alcohólica. En boca la pimienta resalta desde un inicio y el paso es lento, cálido y de larguísima persistencia. Las notas son herbales, hay fruta verde y un tono postrero, escasamente perceptible, de humo. El dulzor de nariz no se traslada en un primer momento al paladar, aunque luego termina apareciendo algo de vainilla y de madera y de manzanas verdes. En boca se siente cremoso. La consistencia es notable. Un levísimo toque de amargor hacia el final se equilibra muy bien con el resto de los sabores. Es, en resumen, un single malt de complejidad mediana y fuerte carácter etiquetado a muy buen precio.

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El Redemption es uno de los mejores bourbons de centeno que pueden encontrarse por ahí. Bastante dulce en nariz, con notas de caramelo, cacao, miel, castañas y sorbeto de vainilla. Perfecta integración del alcohol (son 46 grados). Menos dulce en boca, pero el caramelo picante, los frutos secos y el maíz americano se equilibran muy bien con el bouquet levemente agrio del rye. De larga persistencia y consistencia mantequillosa, este whiskey posee muchísimo carácter y es extremadamente sabroso y contundente. Si se lo tropiezan, échenle mano!

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Anoche un grupo de amigos nos juntamos en la casa del ser, también conocida como la residencia del Doctor Angel Callejas de Velazquez para beber whisky y cervezas, para comer chuletas ahumadas y garbanzos fritos y tostones y para conversar sobre un montón de temas; es decir, nos reunimos para joder un rato. Entre los temas que se trajeron a colación estuvo el de la guerra de Rusia con Ucrania; también hablamos sobre ciertos “intelectuales orgánicos” del castrismo que hoy forman parte del “antineocastrismo” oportunista; sobre poesía del siglo XX y hasta se suscitó un debate sobre cuál ha sido la mejor novela escrita en Cuba (no faltaron los jodedores que citaron ciertos bodrios actuales para azuzar a los otros). Pero como siempre, la mayor profundidad intelectual se concentró en la cata y en el tema consabido del whisky, por supuesto, pues no hay obra mayor que un caldo escocés destilado en barriles especiales, a la sombra del invierno norteño, durante un retongonal de años.

El Doctor Callejas nos recibió con una serie de elixires de primera: el consabido y clásico y popular Johnnie Walker black label; su hermano mayor y trago de acaudalados banqueros, el Johnnie Walker blue label; y un single malt Genlivet 18 years de las tierras altas. El escritor Armando de Armas se apareció con su ya clásico The Sexton, esa maravilla irlandesa que no sólo es single malt sino que se destla tres veces, como todo buen “whiskey” de aquellos lares. Y yo cargué con un Islay Gold Orla procedente de las islas donde los tipos recios se lanzan a las aguas a ganarse el sustento diario, mientras la turba cocina sus ingentes caldos. Los escritores Leopoldo Luis García, Tino Diaz y Eduardo Rene Casanova Ealo aportaron desde su paladar opiniones y razonamientos irrebatibles, pues cada “testor” que apele a sus gustos individuales es sabio y respetable.

Yo primero descorché y probé el Glenlivet de 18 años, que posee una botella clásica de pico alto con etiqueta transparente y una faja negra que apunta al Batch Reserve. Su sello nos muestra el 1824 como fecha de fundación y en el cristal está grabado a relieve el “George & J. G. Smith ltd” tan tradicional que todos conocemos. De color ámbar intermedio, el elixir está añejado en barricas dobles, primero cedro americano y luego cedro europeo que aportan olor y sabor al destilado. Y cómo huele éste Genglivet soberbio? Pues a yerbas frescas y manzanas verdes con algo de vainilla. Y al paladar se repiten las manzanas y la orquídea, además de las flores y madera. Su persistencia es media. El Johnnie Walker Blue Label, por su parte, creado con una mezcla de rarísimos y caros elixires escoceses, nos llega contenido en la clásica botella de la marca donde sobresalen sus dos escudos, en el tronco y en el pie, una etiqueta azul cruzada y la faja crema con la firma del maestro destilador y el número de la botella. También de color ámbar mediano, esta maravilla huele a pera, flores y algo de malta. El líquido es aterciopelado, como butterscotch, mantequilloso, y sabe a gloria, con el recuerdo de flores y un bouquet de pimienta y levísima menta que antecede, trago tras trago, a toda la vainilla que se va liberando exponencialmente.

El The Sexton, por su parte, nunca defrauda. Este elixir es, sin duda alguna, uno de los mejores que existen allá afuera en cuanto a relación de precio y calidad. Su botella es monárquica; hexagonal, negra como la noche, con relieve de moneda en sus hombros y su base, posee una única e impresionante etiqueta oscura donde se destacan la silueta de la calavera con sombrero de frac, que es el signo patognomónico del caldo, y el contraste del dorado de las letras. Su corcho es de primera, dorado también. Y a la naríz nos llega la miel, el jerez, el caramelo y la melaza. El sabor nos trae frutos dulces y tofu o quizás chocolate, madera y también jengibre. Su persistencia es larga y su gozo infinito. Se nota la maduración en barricas de jerez durante 4 años. Y por último el Orla, destilado en las islas salvajes, de botella clásica y etiqueta simple y ancha. Este Island, un peated recio y sin embargo noble, huele naturalmente a mar y a algas, y la integración del alcohol es cuasi perfecta a la nariz. Su sabor no es para todos, a mí fue el menos que me gustó. Es extremadamente aceitoso en lengua y mucosas, grueso y mantequilloso. El humo es notable, y hay sal y quizás hasta frutos verdes. El final es largo pero sin pimienta, lo que lo convierte en un trago de difícil carácter.

Y hasta aquí mis modestas opiniones alcohólicas. Del resto hablaremos luego.

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Cata de domingo:

Hoy degusté un Strathcolm Single Grain Scotch Whisky 12 years de la destilaría Angus Dundee, procesado en tradicionales columnas de alambique en la región de Speyside Glenlivet. Es un licor equilibrado y sabroso, sin sabores arriesgados ni complejidades estentóreas. El color es de un ámbar intermedio y a la nariz lo primero que percibí fueron notas moderadas de nueces y frutos secos con un fondo levemente floral que fue intensificándose a medida que corría el tiempo. Luego aparecerían quizás notas de almizcle combinadas con cierta imposición de alcohol que, lejos de molestar, termina agradeciéndose. Todo el aroma es ligero y limpio.

Al sorber el contenido noté un fondo de madera y una textura persistente, muy sabrosa, que invadió el paladar y todas las áreas aledañas. El sabor es a madera fresca, que no ahumada, como si caminara en mi niñez entre los árboles del bosquecito frente a la Enrique Hart y la carretera central, un sábado en la mañana. Las tonalidades florales comienzan a adueñarse de cada sorbo; y hay reminiscencias de mar y viento, además de un toque de caramelo que es en realidad vainilla y ése spicy de pimienta negra en cada bouquet postrero sin la intensidad de los bourbones coloniales campesinos, eso sí.

Este Strathcolm, como les comentaba antes, es un elixir elegante, casi ligero, refinado, con notas exquisitas de yerbas simples y hasta café, algo de piña, arándanos y, nuevamente, flores. Ideal para beberse sólo y con frecuencia. Su precio es comedido pero su disponibilidad, escasa. Suele volar de licorerías y almacenes a la velocidad del rayo. Y es que la gente es tonta tan sólo para algunas cosas.

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Quiero recomendarles este Woodford Reserve Kentucky Straight Bourbon Whiskey con muchísimo entusiasmo. Antes que nada déjenme advertirles que es una bebida intensa y de muchísimo carácter que refleja a plenitud sus 45.2 grados alcohólicos. Es decir, no es para débiles de espíritu. Como todo buen bourbon, al beberlo imaginamos la bandera confederada flotando sobre las tierras agrestes del sur, al ritmo de un blues implacable del poseído Robert Johnson o de una tonada country repicada en banjo. La botella es precisa y aerodinámicamente de una belleza estética notable. Contiene un elixir que al servirse en un vaso de sólidas paredes de cristal se nos revela como un ámbar cuasi profundo, como azúcar tostada, como oro italiano de joyerías finas.

El Woodford se añeja en barricas previamente carbonizadas de roble, ése proceso rápido para caramelizar los azúcares de la madera, lo que le otorga ciertas notas ahumadas que son perceptibles en la boca. Pero cuando olfateé el licor, percibí la melaza y los cañaverales de las afueras de Colón, la azúcar prieta y virgen de los silos del central Tingüaro. El alcohol apenas si se huele, su integración a una primera narizada es cuasi perfecta, aunque ya luego se note un poco más.

Y luego el primer sorbo, con sabor inmediato y tenue a manzana verde para ya más tarde aparecer predominancias de chocolate negro y algo de cítrico al final. Todo el bouquet postrero está teñido de pimienta, de un spicy tan típico del bourbon que sobrecoge y persiste. Un segundo sorbo revela taninos de caramelo y vainilla y entonces, en los recónditos finales del camino polvoriento y seco, es que aparece la madera, el roble calcinado. Y es que este Woodford no es dulce ni acaramelado. Su legado posee consistencia de mantequilla y un levísimo amargor en lengua. Si te animas a probarlo no lo mezcles con hielo ni le añadas agua. Al pelo es como se disfruta, aunque en vez del jarrito de aluminio del guajiro rural, un sofisticado vaso tulipán. Disfruten!

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Hoy Ani hizo bolas de fufú de plátano y queso mozarella rellanas de picadillo de res. Y yo probé, para acompañarlas, un merlot de Washington State de carácter complejo, con varias capas de sabores y remembranzas de moras, cerezas, ciruelas y frambuesas (en ese orden) al paladar. Equilibrado en el grosor y con cierta tendencia gruesa en el bouquet no es ni muy ligero ni muy tánico. Seco, como casi todo rojo del nuevo mundo, este vinito es noble y fácil de tomar…

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Segundo descorche del día: Un ron caribeño añejado por 16 años (en barricas de roble?) que mi madre y mi suegra me regalaron en noviembre pasado y que aún no había probado. Es el Pyrat XO. Muy sabroso! Aroma a musco y roble. Color ámbar profundo. Sabor cítrico notable, como a cáscara de naranja recién recogida de los campos de Jaguey Grande en plena década de los ochenta. Bouquet fuerte y poderoso. La botella es muy cuqui, con terminaciones de primera y un corcho natural excelente y fácil de abrir. Una exquisitez soberbia!

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El Sensei Mizukara es un whiskey blended nipón de calidad mediana, con aroma de alcoholes imprecisos y ligero color ámbar de escasa personalidad. Al gusto constatamos un tenue sabor a caramelo y cedro y el bouquet es de especies picantes que perdura menos que un merengue en la puerta de un colegio. La botella es “asiaticamente” adusta, con tapa de rosca de aluminio y una etiqueta que remeda, al menos a mí me lo parece, a los sembrados de arroz de las faldas volcánicas del Japón. Su grado alcohólico es 40 y el precio es moderadamente contenido. Ideal para compartir en un domingo tras el almuerzo, como (post) aperitivo.

3032

Esta tarde la chef Anabel Gallardo preparó un busiate trapanesi (pasta de sémola de grano duro proveniente de Sicilia) acompañado de una salsa cremosa homemade de queso parmesano con paprika y tomate y camarones al horno. He de decirles que es uno de los platos más exquisitos que he probado en mi larga y azarosa existencia. Lo acompañé con un Merlot californiano Robert Mondavi Private Selection. Ataja, Matojo!

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Lechuga asada con un tope de queso mozarella y almendras tostadas. Picadillo de pavo a la cazuela sazonado con pimienta negra, orégano y turmeric. Mushroom portabella salteado en aceite de oliva y vinoseco. Ensalada de pepinos, colorados, garbanzos y pintos. Un festival soberbio de sabores en este ocaso de martes, tras la pincha. Para beber? Agua!

Chef Anabel Gallardo