Escrito en el 2016:
He visto uno de esos documentales cubanos y les advierto que el hastío me supera, me cae a bofetadas, me propina una paliza. Siempre es la misma cosa con estos “ejercicios” intelectualoides que, al mismo tiempo, pretenden ser ocurrentes y graciosos. Y que no son, por supuesto, ni ocurrentes ni graciosos. Pero ese parece ser el sine qua non de la intelectualidad cubana, de los creadores, literatos y cineastas cubanos, por nombrar algunos. Ser ocurrentes y graciosos. O pretender serlo, que no es lo mismo ni se escribe igual.
El aporte de la palabrería pedagógica cubana se remite a cosa tan trivial: pretender ser ocurrentes y graciosos. Y entonces ves, impávido, derrotado, de qué manera repiten y repiten los mismos tics y las mismas insinuaciones cobardes sobre esa realidad asfixiante que no puede abordarse de manera honesta si no la llamas por su nombre, pero aquí van de nuevo con toda esa monserga de aproximaciones tibias, pendejísticas, “ocurrentes y graciosas” para ocultar esa cosa tremenda del horror de las revoluciones y de los proletariados militantes.
Mis hijos, me he encargado expresamente, crecen lejos del problema cubano, para que puedan ser honestos en el futuro, para que no carguen encima, en sus encriptaciones fisiológicas y en sus rastros bioquímicos ninguna traza de esa vocación borreguil del cubano de a pie.
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