Southpaw es, desde los tiempos de Training Day, la pieza más auténtica de Anthony Fuqua, un realizador casi siempre interesante, a pesar de aquello de filmar para sobrevivir en esa jungla inmisericorde en que se ha convertido (¿o siempre fue?) Hollywood.
Probablemente la alianza con Kurt Sutter, uno de los guionistas principales de Sons of Anarchy, sea la principalísima razón del renacer de Fuqua, que ha sido el obstetra encargado del paritorio de una de las más entretenidas, amargas y mejores cintas deportivas de los últimos decenios. El descenso a los infiernos de Billy Hope, horrendo, acibarado, desesperanzador, narrado con disciplina quirúrgica por Fuqua, actuado con la maestría de Jake Gyllenhaal, quedará sin dudas en los fastos del mejor cine de pugilismo.
Lo de Gyllenhaal ya se ha vuelto asunto crónico. Ahora, en la piel de Hope, aprovecha para regalar un performance basado en la transformación del cuerpo y desde allí, despliega un arsenal impresionante de recursos histriónicos que llevan a su personaje desde la euforia a la ira incontrolable, desde la más primaria inocencia al abismo de la depresión brutal. La compañía del siempre intenso y dúctil Forrest Whitaker, la hermosísima y capaz Rachel McAdams (una de mis actrices favoritas) y sobre todo la de la asombrosa Oona Laurence, redondean una obra de caracteres fuertes y actuaciones admirables.
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